TALAVANTE Y…LO MISMO
DE SIEMPRE
El extremeño abre de nuevo la puerta grande y firma lo más
destacado de una corrida en la que la exigencia, en todos los sentidos, brilló
por su ausencia. Morante, sólo detalles y Manzanares no entra en Madrid con
nuevo petardo de Cuvillo.
La
tradicional corrida de la
Beneficencia nos dejó dos noticias. La primera: la puerta
grande de Alejandro Talavante. La segunda: la decadente exigencia de la Monumental de Las
Ventas. ¿Y por qué digo esto? Pues porque, en otro tiempo (por ejemplo, en
aquel en que esta corrida era la más importante de la temporada), lo ocurrido
hoy en el ruedo de Madrid no sería nada del otro mundo. Sería un espectáculo
cercano a la mediocridad en su conjunto. Es verdad que Alejandro Talavante
estuvo bien, sí, pero se debe exigir mucho más. Para empezar, que lo que hizo
el extremeño lo realice ante toros como Dios manda. La mejor prueba de esta
diferencia entre un triunfo de justito peso y otro sobresaliente son las dos
puertas grandes de este torero en estos dos últimos años. La primera, la del
pasado San Isidro, la consiguió al cuajar de principio a fin a un bravo y serio
astado del Ventorrillo. La puerta grande de hoy, por el contrario, la ha
conseguido con dos trasteos irregulares y ante dos toros sin apenas trapío. Esa
es la diferencia. Por eso recalco que sí, que Talavante estuvo bien, pero que su
actuación no fue de puerta grande y que debemos exigir el nivel que este torero
nos dio el año pasado y no conformarnos con menos. El público que llenó esta tarde
la monumental de Las Ventas estaba predispuesto al triunfo de los toreros.
Bueno, todo el mundo no. Los únicos que dieron algo de guerra y que
protestaron, muy justamente, ciertas cosas fueron los habituales, los
resignados aficionados en su mayoría del tendido siete que parecen clamar en el
desierto. Esos aficionados continúan exigiendo lo que la plaza de Madrid se
merece, no se conforman con un espectáculo de medias tintas. Lo malo es que
ellos son una minoría y los que se conforman con poco, una mayoría.
Sólo
Alejandro Talavante consiguió destacar. El extremeño dio una buena dimensión,
aunque no llegó a estar a la altura de otras tardes. Los puntos fuertes de su
actuación fueron la disposición, la claridad de ideas, la improvisación y la
valentía. Sí, la valentía, porque aunque es verdad que en la mayoría de
momentos instrumentó un toreo perfilero y apenas adelantó la muleta, si se
enroscó a veces las embestidas y expuso bastante. Sobre todo brilló Alejandro
con la mano izquierda. Lo mejor de su actuación: varios cambios de mano muy
lentos en los que se fajó al toro. Demostró que venía a por todas en un quite
por chicuelinas ante su primero. Después, instrumentó una faena irregular que
fue de más a menos y que fue premiada, excesivamente, con una oreja. Destacó en
esta labor una gran serie al natural en la que, bien colocado, corrió la mano
con templanza y largura, rematando muy atrás los muletazos. Buenos remates por
abajo y algunos adornos de su particular tauromaquia mexicana. El animal que
tuvo enfrente, uno de los remiendos de Victoriano del Río, fue un ejemplar
también chico y justo de presentación que dio bastantes posibilidades. Tuvo
nobleza y repitió humillando, aunque transmitiera poco principalmente por su
justeza de trapío. La estocada cayó trasera, el toro tardó en caer y Talavante
tuvo que hacer uso del descabello. No era de oreja, pero el público la pidió.
Más peso tuvo la cortada al que cerró plaza, otra raspa de Cuvillo que repitió
con nobleza, aunque diciendo muy poco. Su matador logró firmar varias tandas de
muletazos de notable trazo, muy en su estilo, que intercaló con algunas
improvisaciones tan propias de él. Fue certero matando y eso le permitió tocar
pelo de nuevo y abrir su tercera puerta grande. Repito, no estuvo mal Talavante,
todo lo contrario, pero comparen estas faenas y esta puerta grande con la del
año pasado y se darán cuenta de las diferencias.
Por
lo menos Talavante logró aprobar algo que no consiguieron sus compañeros, en
particular, Manzanares. El alicantino venía a tapar las bocas de todos los que
le criticaron en su paseíllo en San Isidro, pero lo que consiguió fue lo
contrario: generar más dudas sobre su concepto del toreo. Bueno, dudas para
algunos. José María Manzanares ha demostrado que si sigue buscando este tipo de
toreo nunca llegará a entrar en Madrid. ¿Y por qué? Porque, a pesar de que cada
vez son menos los que exigen, sigue habiendo un importante número de
aficionados que no toleran las descaradas ventajas y, menos, en una figura del
toreo. Manzanares volvió a hacer lo de siempre, lo que le ha permitido triunfar
clamorosamente en cosos como el de Sevilla: torear siempre despegado, con el
pico y con la pierna retrasada. Su maniático pasito atrás nos saca de quicio a
muchos, pero parece que José María no está muy dispuesto a cambiarlo. En otras
plazas todo esto lo maquilla con su privilegiado empaque, con su innata
templanza, con su estilosa figura. En otros cosos sí, pero en Madrid no. Los
dos astados de su lote fueron sendos bichos anovillados de Núñez del Cuvillo
que se movieron con poca clase y muy leve transmisión. Se ha vuelto a lucir
este año este ganadero tan admirado en otras plazas. El año pasado, dos
corridas y dos petardos y, este año, más de lo mismo. Y yo me pregunto: ¿le
importará? Lo dudo. Pitos para los “cuvillos” y silencio para Manzanares. Está
visto que aquí esta pareja no mantiene su idilio.
Abría
cartel el siempre polémico Morante de la Puebla , torero que levanta pasiones enfrentadas.
Leve fue el esfuerzo del sevillano, aunque es justo reconocer que tampoco hoy
tuvo grandes enemigos. El primero de Cuvillo duró un suspiro y el remiendo
cuarto de Victoriano se movió sin maldad alguna pero saliendo siempre con la
cara alta. Detalles de torería en algunos muletazos en los que demostró la suavidad
con la que echa los flecos de la muleta. Lo más destacado de su actuación fue
un torerísimo quite por chicuelinas en el que se reconcilió con un público que
le abroncó a la muerte de su segundo. Dirá que no le entienden.
Corrida
extraordinaria de
Morante de
José María Manzanares: silencio en ambos
Alejandro Talavante: oreja y oreja
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