EL TORO ARTISTA Y SUS
CONSECUENCIAS
Petardo sin paliativos de Juan Pedro Domecq que lidia una
corrida mal presentada, descastada e inválida. El pésimo juego de los toros
deja sin opción de triunfo a los tres diestros. Destaca Morante con el capote y
agradable sorpresa de Juan Pablo Sánchez.
Hace
ya algunos año que Juan Pedro Domecq Solís, para muchos uno de los mejores
ganaderos de la Historia ,
acuñara su famosa frase para definir el toro que buscaba: toro artista. Y es
que, claro, cuando se cría un toro para ser artista y colaborar con el torero
hasta el extremo, pasa lo que pasó en la decimocuarta de la Feria de San Isidro: un
petardo. Auténtico desastre ganadero en el que no se salvó ni uno de los seis
ejemplares lidiados. Todos fueron pitados en el arrastre, una muestra
inequívoca del “magnífico” juego que ofrecieron los astados de la divisa roja y
blanca. Y las consecuencias de criar este tipo de toro son muy claras:
aburrimiento en los tendidos y nulas opciones de triunfo en la arena. Este tipo
de toro funcionará y servirá en plazas de tercera en las que la exigencia es
mínima, pero en una plaza como la de Madrid esto es inservible. Corrida
descastada, sosa, aborregada, floja…y, eso sí, muy noble. Casi todos los
ejemplares lidiados anduvieron en el límite de fuerzas (algunos fueron
completos inválidos que debieron ser devueltos) y eso que no se picó nada. Sí,
leen bien, no se picó nada. Los primeros puyazos pudieron ser aceptables, pero
los segundos…vaya con los segundos. No llegaron ni a ser picotazos simulados. Y
ante semejante ganado comprenderán lo poco que pudieron brillar los tres
espadas acartelados. A pesar de las mínimas opciones de lucimiento que
tuvieron, Morante dejó un magnífico quite por verónicas al último de la tarde,
Talavante anduvo firme y Juan Pablo Sánchez, que confirmaba alternativa, dejó
muy buenas sensaciones.
Un
día más hacía el paseíllo un matador mexicano. En esta ocasión fue el turno de
Juan Pablo Sánchez. Vestido de un terno blanco y plata, el de Aguascalientes
poco pudo hacer en el toro de su confirmación, un animal que tenía cara de toro
pero hechuras de novillo. El de Juan Pedro blandeó desde que salió de chiqueros
y luego confirmó esta condición en la muleta del mexicano. Juan Pablo dejó
detalles de poseer un buen concepto del toreo y, a pesar de la responsabilidad
y presión de la ocasión, anduvo muy templado. Algo más pudo hacer con el sexto.
El ejemplar del hierro de Veragua fue un colorado, bien hecho, que tuvo buena
condición pero muy poca casta. Noble, con clase y humillador, era dulce hasta
la extenuación, pero sin un mínimo de casta y transmisión es imposible. El
joven chaval volvió a manejar la franela con mucho mimo y templanza e incluso
intentó colocarse bastante bien para enganchar desde adelante la aborregada embestida
de su “enemigo”. Y entonces llegaron algunos de los mejores muletazos de la
tarde: varios naturales de mano baja y largo trazo que ratificaron el buen
sabor de boca dejado en su primer turno. Pero poco duró la alegría. Poco después
el astado, en un alarde de bravura indómita, se echó y ya no quiso levantarse.
Contra su voluntad lo levantaron pero se volvió a echar. La mejor imagen
posible para resumir la falta de casta de animales que nos venden como bravos.
El
padrino de la confirmación de este nuevo torero de la patria mexicana fue
Morante de la Puebla. El
sevillano volvía a Madrid entre gran expectación y, sin tener una gran tarde,
no decepcionó a sus leales seguidores. Con su primero, el segundo, no se dio
ninguna coba y abrevió. ¿Para que alargar la agonía ante un mansito desclasado
sin opciones? Yo opino que para nada. Con el cuarto mostró más voluntad y
consiguió dos grandes series con la diestra. Cuando afianzó al animal en su
prodigiosa muleta, llegaron dos tandas en las que el de Puebla del Río cargó la
suerte, bajó la mano y llevó muy toreado al animal hasta el final. Muletazos
cargados de personalidad y torería y sonrisas entre un público que ya pensaba
en la Beneficencia ,
segunda tarde de Morante. Después de esas dos series esa historia terminó y
empezó otra: la de la espada. Muy poco acertado con el estoque toda la tarde.
Infinidad de pinchazos propios del que no se tira con convicción encima del
morrillo. Pero lo mejor de Morante llegó en el que cerró plaza en un quite a la
verónica, distinto, privilegiado, de los que llevan su sello.
Completaba
el cartel Alejandro Talavante, que sustituía a Cayetano. Al extremeño se le vio
sobrado y muy firme ante un lote de nulas posibilidades. El tercero era una
raspa, un astado impresentable de la primera plaza del mundo que fue muy
protestado de salida. Como sus hermanos, tuvo nobleza pero una carga muy
superior de sosería y falta de transmisión. Parecido el quinto, el segundo de
su lote, que tuvo más fortaleza pero que iba y venía sin decir absolutamente
nada. Pecó por momentos Talavante de mala colocación y otras veces, para
embarcar las embestidas de sus antagonistas, se retorcía de forma extraña y
antiestética. Esperemos que eso sea algo pasajero. De todas formas anduvo por
encima de sus oponentes y se justificó.
Y
ahora toca reflexionar, hacer una profunda reflexión del toro que se cría en el
campo porque si este es el toro del futuro, el que quieren las figuras, como
decía el desaparecido Juan Pedro, estamos apañados. Se puede seleccionar la nobleza,
la calidad, sí, pero también la casta, la emoción, la fortaleza. Si no se
encuentra ese equilibrio y solo se pretende que los toros sean meros
colaboradores en la obra de arte del torero, entonces la fiesta de los toros
estará más cerca de su fin.
14ª
Feria de San Isidro. Las Ventas. Con lleno en los tendidos, se lidiaron 6
toros de Juan Pedro Domecq, muy
justos de presentación en líneas generales y con algunos impresentables por
anovillados como el 3º. Encierro flojo, descastado y de nula transmisión. La
mayoría fueron nobles.
Morante de
Alejandro Talavante (que sustituía a Cayetano): ovación y silencio
Juan Pablo Sánchez (que confirmaba alternativa): palmas en ambos
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