EL ANTITORO Y EL
ANTITOREO, LOS INGREDIENTES PARA CREAR ANTITAURINOS
Infumable festejo marcado por la invalidez y el descaste de
los astados de La Palmosilla. La
terna tampoco levanta la tarde con actuaciones de nulo brillo artístico. La
categoría de Albacete sigue bajando.
Para un crítico taurino es realmente complicado realizar una
crónica de tardes como la de ayer. Describir lo que sucedió en el ruedo obliga
a recordar un espectáculo de los que quitan la afición. Siempre se dice eso que
la ignorancia da la felicidad, pues bien, el poder abstraerse y olvidarse de lo
que toros y toreros ofrecieron y realizaron en la octava del abono manchego sí
que sería una bendición. ¡Ay qué suerte tuvieron los que se lo perdieron! Y
fueron más de uno y más de dos porque para tragarse este cartel había que tener
mucho más que afición. Y es que lo que se vio en el ruedo del coso de la calle
de La Feria fue
precisamente lo que no se debería ver nunca: un encierro absolutamente inválido
y descastado, y unos toreros que hicieron todo lo contrario que torear. Si un
toro bravo debe ser aquel que imponga respeto, luche hasta el final, intente
imponer su fuerza y poder, o venda cara su muerte, los de La Palmosilla fueron todo
menos eso. ¡Qué forma de claudicar y derrumbarse!, ¡qué poca casta y bravura!,
¡cuánto aborregamiento! Pero claro, ilusos serán los que piensen que esto fue
mala suerte o producto del azar. Este es un hierro más de tantos que pueblan el
campo bravo de animales creados específicamente para el lucimiento y la comodidad
del torero. Y es que, si al vino se le echa agua, al final no hay quien se beba
semejante líquido. Y con el toro de lidia pasa exactamente igual. Si abusamos
de la nobleza y la docilidad, al final, la casta es minúscula. Cuánto daño ha
hecho ese término que inventó el difunto Juan Pedro Domecq: “el toro artista”…
A los (pocos) aficionados exigentes que quedan el cartel del
último sábado de feria no había convencido desde el principio. Es más, muchos
fueron los que denunciaron que el cartel en cuestión no era digno de Albacete.
Lo que pasa es que eso de digno o indigno es muy relativo. Lo que no es tan
relativo es lo que después sucedió en el ruedo. Eso, simplemente, es la
realidad. Se lidió un encierro de ese legendario hierro llamado La Palmosilla para tres
artistas en todo su esplendor. Por delante Juan José Padilla, todo un ejemplo
de superación, pero por ello no mejor torero. Después, El Cid, matador
respetado por la afición como pocos. Sí, respetado cuando se ponía en el centro
de Las Ventas con la muleta en la mano izquierda y citaba a encastados y fieros
“victorinos”. El Cid actual es otra historia. Y cerrando el rematadísimo
cartel, El Fandi, excelso estoqueador cuya máxima facultad es correr durante el
tercio de banderillas. La previa ya era de juzgado de guardia, lo que pasó
después, de Tribunal Supremo. Cada uno mostró sus cartas, sus diferentes
personalidades, y, además, en su máxima expresión. Imagínense. Incontables
fueron los pases (por no utilizar un término más hiriente) y, a cada cual,
peor. De los centenares de muletazos con los que nos deleitaron la terna de
artistas, quizás, se salvaron una docena. Y estoy siendo muy generoso. Por
cierto, lo de artistas lo digo porque la fiesta ahora está en el Ministerio de
Cultura.
La mayoría de días, a cada diestro le dedico un párrafo.
Hoy, los englobaré a todos en uno porque lo que hicieron no da para más.
Padilla volvía a Albacete en su temporada del regreso tras la gravísima cornada
sufrida hace casi un año en la
Feria del Pilar de Zaragoza. Sí, Juan José ha sido un ejemplo
para todos y está realizando un esfuerzo que prácticamente nadie podría hacer,
pero eso no puede servir de justificación para que ahora esté acartelado en
todas las ferias, con las figuras y con ganaderías, a priori, de lujo. Ahora
haré otro inciso. Lo de lujo lo digo porque así las denominan los toreros, son
las que ellos quieren matar. Para mí el lujo es otra cosa bien distinta a la
obediencia claudicante. Continuo. El mérito de Padilla y por lo que antes era
respetado era por el tipo de hierros que lidiaba. Entonces se podía ver a un
torero lidiador que podía con todo. Ahora, lo que vemos (yo al menos) es a un
hombre que lo intenta pero que no tiene las condiciones necesarias como torero
para estar en todas las ferias. Casi ninguna cosa de su actuación se salvó. Con
el que abrió plaza, un aperitivo del desfile de inválidos que vendrían después,
abrevió y no alargó la agonía del toro y del público. Y con el cuarto bis no
cambió la cosa. Bis porque el titular fue devuelto a los corrales antes incluso
de que entrara en el caballo. Ya se pueden figurar la fortaleza que demostró el
astado. Como sustituto saltó al ruedo un ejemplar de la ganadería anunciada,
más terciado, y también vacío de casta y transmisión. Embistió con la cara a
media altura, con desgana y desentendiéndose de la pelea. El jerezano puso
mucha voluntad pero construyó una faena sin contenido en la que predominaron
los rodillazos, molinetes, agarrones a los cuartos traseros del toro… Pero como
el animal estuvo a punto de coger a su matador debido a que éste se metió
demasiado en su terreno, la gente entró en la faena. A juzgar por las
reacciones del respetable, pareció que estábamos ante Antonio Ordóñez
resucitado en una de sus antológicas obras. Viendo las caras de Padilla al
terminar dio la sensación de que había hecho un verdadero esfuerzo ante una
fiera indómita. Dos orejas le pidieron y una se concedió.
Tras él actuó un Manuel Jesús El Cid que también protagonizó
sendos trasteos épicos ante dos animales que parecían domesticados. Por su
manifiesta debilidad y falta de casta, el de La Palmosilla embistió con
la cara alta y con un comportamiento deslucido y sin emoción. Con este primero
se salvó algo Manuel Jesús en un templado saludo a la verónica que remató con
una gran media. Eso, y sus pases de pecho, rematados hasta el final, fueron lo
mejor de la tarde. Su segundo fue más de lo mismo y El Cid recuperó su faceta
artística, esta vez para interpretar todo un teatro. Sonrisas y gestos que
daban a entender que tenía delante a un astado de esos de Casta Navarra del
siglo XIX. Como antes de dejar una estocada pinchó en una ocasión, el posible
trofeo quedó en una ovación con saludos. El Fandi también lució en todo su
esplendor. Al igual que Padilla no clavó ni un solo par de banderillas con
pureza y en la cara, y después anduvo ayuno de clase y ventajista ante un lote
escaso de todo. El tercero tuvo algo más de movilidad y el granadino sólo dejó
algunos naturales de estimable templanza. Tras un bajonazo y una petición
minoritaria, de forma injustificada, vergonzosa e incomprensible, el señor
presidente le concedió una oreja. Con el serio astado que cerró plaza no pudo
hacer nada, ya que éste se paró casi al comienzo.
En definitiva, que con festejos como el de ayer lo que se
crea no es aficionados, sino antitaurinos. Gracias a Dios que hoy viene Adolfo…
Albacete,
8ª de abono. Con más de tres cuartos de entrada, se lidiaron 6 toros de
Juan José Padilla: silencio y oreja tras petición de la segunda
El Cid: silencio y saludos
El Fandi: oreja y silencio
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Foto: Víctor Zafrilla
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