UN EXTRATERRESTRE
INCOMPRENDIDO EN UN TENDIDO DE LA
MANCHA
José María Manzanares vuelve a desatar la locura colectiva y
sale a hombros con tres orejas. Festejo mixto con llenazo en los tendidos que
no termina de romper hasta el final y en el que Hermoso de Mendoza y Sebastián
Castella fallan con los aceros.
Hoy les contaré una historia. Mi relato trata sobre un extra
terrestre que compró un billete con fecha 11 de septiembre desde Marte hasta la Tierra. Exactamente
la nave espacial llegaría a un rincón de la Mancha llamado Albacete. El extra terrestre, o
marciano (como lo queramos llamar), había estado ahorrando mucho tiempo para
cumplir su sueño de conocer ese gran planeta llamado Tierra y a sus millones de
habitantes. Precisamente por estas fechas de septiembre, la región elegida para
el viaje se encontraba en fiestas y vivía intensamente su Feria. El marciano se
había estado informando de todo lo tradicional y típico en ese país de Europa y
uno de los espectáculos de mayor interés para todos sus ciudadanos era una
peculiar y extraña fiesta llamada tauromaquia. Como la Feria de la ciudad incluía
entre sus actividades la tradicional feria taurina, el extra terrestre sacó una
entrada con precocidad para acudir a uno de los festejos estrella del abono. Se
trataba de un cartel mixto, es decir, compuesto por un torero a caballo y dos
diestros a pie. Pablo Hermoso de Mendoza abriría plaza y junto a él Sebastián
Castella y José María Manzanares. La materia prima del espectáculo, le dijeron
al marciano, eran unos extraños animales llamados toros que lucían en sus
cabezas imponentes y astifinas astas. Llegó el día y el extra terrestre realizó
el largo viaje. Cumplido su sueño de pisar la Tierra , el marciano se paseó por el centro de la
ciudad y de su Feria observado por muchas gentes sorprendidas por su presencia.
Llegó el momento de entrar a la plaza de toros, que así se llamaba el edificio
donde se celebraría la corrida, y asombrado contempló infinitas colas para
acceder al coso. Fue larga la espera y, con muchos problemas por la
masificación del lugar, el marciano logró sentarse en su apretada localidad
para empezar a sudar la gota gorda. “En Marte se está más fresco…”, pensó el extraño
ser.
Comenzó el espectáculo y salió al ruedo el caballero Pablo
Hermoso de Mendoza, la máxima figura del toreo a caballo. Cuando sonaron
clarines y timbales apareció por una puerta el primer toro de la tarde, un
ejemplar que pertenecía a la ganadería gaditana de Fermín Bohórquez. Según leyó
el extra terrestre, este hierro es uno de los habituales para los festejos de
toreo a caballo y también uno de los predilectos de los rejoneadores. Fue, a
juicio del marciano, un animal bastante parado y flojo, nada parecido a esos
duros y peligrosos que tenía entendido saltaban cada tarde al ruedo. Hermoso de
Mendoza firmó una faena elegante, limpia y técnica montando a distintos equinos
como Chenel, Ícaro o Pirata. Según los especialistas de este arte, el torero de
Estella (Navarra) clavó ortodoxamente al estribo, es decir, ajustándose con el
astado. Había que llegarle mucho a la cara del toro para que éste se arrancara
y emprendiera la acometida. La gente no terminaba de emocionarse. Llegó la hora
de matar y Pablo Hermoso no estuvo acertado dejando un rejón de muerte (así se
llamaba el afilado acero que empuñó) trasero y caído. Es verdad que el toro
cayó muerto a la arena, pero al protagonista de esta historia le dijeron que el
rejón debía caer en todo lo alto. Ovación con saludos para el navarro, lo mismo
que en su segundo turno. El cuarto, que salió después de que los presentes se
pusieran las botas con una copiosa merienda (tradición del lugar), fue más feo
y empezó galopando con fuerza. Después se vino a menos y también anduvo falto
de transmisión. Tan sólo un error en una banderilla tuvo un Hermoso de Mendoza
que destacó montando al bonito Manolete y en un par a dos manos antes de volver
a fallar estrepitosamente en la suerte suprema.
Una vez hubo finalizado el espectáculo del toreo a caballo
(el extra terrestre no llegó a comprender el porqué de la mezcla entre los dos
tipos de arte) llegó el turno de un torero francés llamado Sebastián Castella.
Se había informado el de Marte y parecía que este matador poseía un valor muy
frío. Y sí, así fue, Castella demostró ambas cosas: valor y frialdad. Su
primero, el segundo, fue un ejemplar de Victoriano del Río muy noble y con
clase que quiso perseguir siempre los engaños pero que casi no podía con su
alma. Muy flojo y descastado un animal que tampoco emocionó al marciano.
“¿Dónde está la emoción y el riesgo aparente?”, se preguntaba. A pesar de todo,
Sebastián, se puso en el sitio y toreó con templanza. Lo peor fue el uso de la
espada. “¿Suelen fallar siempre tanto al matar?”, preguntó el extra terrestre a
su vecino de localidad. Cuatro pinchazos, fea estocada y silencio. Ese segundo
anduvo en el límite de presentación por sus hechuras y expresión anovilladas.
El que sí estuvo bien presentado y tuvo seriedad fue el descarado quinto que
galopó con alegría en el tercio de banderillas. Después, en el último tercio,
se puso reservón y no terminó de romper. Los dos primeros muletazos se los
tragaba el de la divisa negra y amarilla pero en el tercero le costaba seguir
incomodando a su matador. Tuvo cierta guasa el astado y Castella lo intentó sin
llegar a estar nunca a gusto y sin conectar con el respetable. De nuevo pinchó
y, otra vez, fue silenciado. “A ver si en su otra tarde tiene más suerte…”,
dijo el marciano cuando comprobó que hacía doblete en la feria.
El tercer espada anunciado era José María Manzanares.
Parecía que todo el mundo iba a verle a él, que sería el protagonista del
espectáculo, y así fue. Manzanares logró cortar tres orejas y alcanzar el
premio máximo para un torero: abrir la puerta grande. Al extra terrestre, por
cierto, le llamó poderosamente la atención el que los premios fueran despojos
de los toros lidiados. Pues bien, llegó Manzanares a Albacete y puso patas
arriba la feria. Se repitió la historia del año pasado. En resumen, al marciano
le gustó del torero alicantino su privilegiado empaque, su clase, elegancia y
templanza. Eso le gustó, le pareció bonito, pero…no le emocionó. El ser llegado
del espacio había leído libros sobre la Historia del toreo y según tenía entendido en el
ruedo, además de plasticidad, debía haber verdad. Él creía que para reconocer a
un matador, éste debía estar cruzado a la hora de citar al toro y que después
tenía que cargar la suerte y rematar los muletazos atrás. Eso se suponía que
era el toreo eterno, el verdadero, pero el extra terrestre vio a un torero que citaba
con el pico, se colocaba de forma perfilera y en vez de cargar la suerte, la
descargaba. Sobre todo lo hizo José María con diestra, algunas veces de forma
descarada. “Ay la patita atrás escondiendo la femoral…”, escuchaba el marciano
de algún aficionado. Tan sólo hubo algunos naturales realmente buenos en los
que se enroscó al toro. A pesar de todo, la gente se volvió loca y se rompió
las manos a aplaudir. El tercero no fue fácil y hubo que desengañarlo y
corregirle algunos defectos. En cambio, el sexto, fue el mejor. Tuvo además de
nobleza, clase y humillación, ritmo y transmisión el toro. Una oreja cortó ante
su primero y, tras una gran estocada, obtuvo las dos del último. El extra
terrestre, que se había sentido bastante integrado hasta entonces, con la
actuación de Manzanares y el éxtasis del público, se sintió, más que nunca,
eso, un marciano.
Albacete, 4ª de abono. Con lleno en los tendidos, se
lidiaron 4 toros de Victoriano del Río,
desiguales de presentación y juego, y 2, para rejones, de Fermín Bohórquez (1º y 4º)
reglamentariamente despuntados y de flojo y parado juego. 2º noble pero muy
flojo y descastado; 3º con movilidad; 5º complicado y 6º de buen juego.
Pablo Hermoso de
Mendoza: saludos
en ambos
Sebastián Castella: silencio tras aviso y silencio
José María Manzanares: oreja y dos orejas
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