VEINTICUATRO HORAS
DESPUÉS, LOS “ADOLFOS” SEGUÍAN PRESENTES
Enrique Ponce, muy en su línea, pierde la puerta grande con
la espada después de una actuación aseada y templada. Perera corta la única
oreja y Talavante, que abrevió, queda en evidencia con una desigual corrida de
Las Ramblas.
Aunque ya había pasado un día, todo el mundo seguía hablando
de la tarde anterior. Unos continuaban emocionados por la casta rebosante de
los “adolfos”, otros hablaban de que la corrida del ganadero madrileño fue
ilidiable, y otros pedían llevar al matadero a toda la ganadería. División de
opiniones, sí, pero el caso es que todo el mundo hablaba de los cárdenos de
Adolfo. Y según fue saliendo la corrida de Las Ramblas, más se habló de los de
Albaserrada-Saltillo. El último festejo de la Feria de Albacete transcurrió según el guión
establecido. Bueno, no todo estaba en el guión. La sorpresa fue ver un encierro
bien presentado que tuvo cuajo y seriedad por delante. Alguno bajó un poco,
pero en general la fachada del lote de Daniel Martínez fue para estar
contentos. Contentos sobre todo si tenemos en cuenta lo que las figuras matan
hoy en día en la mayoría de plaza. Según fueron saliendo, más de uno de los que
vestían el oro, seguro pensó que vaya con la “corridita”. Menos ese punto, todo
lo demás sí que fue previsible. Previsible la actuación “magistral” de Enrique
Ponce; previsible la ambición de Miguel Ángel Perera; y previsible la horrorosa
imagen de Alejandro Talavante. Después, todos ellos tendrán sus
correspondientes matices y verán que, como siempre, llevo la contraria y soy un
extraterrestre. En cuanto al juego de los toros, todo salió mejor de lo
esperado porque teniendo en cuenta el momento por el que atraviesa este hierro
desde hace ya algunos años…todos temblábamos antes de que sonaran clarines y
timbales.
Enrique Ponce regresaba a una de las plazas que más veces le
ha visto actuar y triunfar. Y vistas las reacciones del público, me di cuenta
del porqué. El público albaceteño recibió desde el principio con gran cariño al
valenciano y después disfrutó de lo lindo con una tarde “made in” Ponce. Muy
templado y elegante siempre el “maestro”, sí, pero nulo ajuste entre toro y
torero y pico, pico y más pico. Pero claro, eso no tiene importancia…El que
abrió plaza fue un astado bien presentado, serio por delante, que lucía un
astifino pitón derecho. El burraco dio buen juego, aunque tampoco fue un
huracán de bravura. Muy noble, al menos se movió con cierta transmisión, duró
bastante, y tuvo clase. Ante él, Ponce elaboró un trasteo templado pero de nula
emoción por el inexistente ajuste entre ambos protagonistas. De las muchas
tandas que ejecutó, se salvó una en la que relajó la figura y los dos metros
que había entre toro y torero, se redujeron a uno. Prácticamente toda la faena
fue realizada sobre el pitón derecho, el más potable del animal. Enrique no
arriesgó y con la zurda sólo lo probó una vez. Una oreja podría haber cortado,
pero pinchó y todo quedó en una ovación con saludos. Y la historia se repitió
en el cuarto. Después de una labor muy cantada por el tendido, la espada le
privó del trofeo o trofeos. Porque sí, si lo hubiera matado, quizás, le
hubieran dado las dos orejas. Como dirían algunos…muy fuerte. El mayor mérito
de Enrique Ponce en su segundo fue mantener en pie a un inválido. Según tenía
yo entendido, a los toros hay que someterlos, no cuidarlos. El que apareció por
chiqueros después de la merienda, castaño y más altito, empezó a perder las
manos desde los primeros tercios. Subiendo a más no poder los capotes para que
la fiera no claudicara, pudieron aguantarlo. Noble hasta la extenuación, el de
Las Ramblas se consolidó debido al trato de su matador y acabo siguiendo su
franela con obediencia borreguil. Ponce construyó un trasteo largo y aburrido
en el que casi todas las series fueron de toreo periférico y la muleta a media
altura o más arriba. Pero lo vendió tan bien Enrique que se metió a los
espectadores en el bolsillo y los llegó a poner en pie después de sus típicas
poncinas. Por cierto, creo que fue con esta suerte con la que más cruzado
estuvo. Tras un par de pinchazos y de golpes de verduguillo, dio una vuelta.
Para Miguel Ángel Perera también la de Albacete es una plaza
de grandes y bonitos recuerdos. En este coso comenzó su ascensión a la primera
fila del toreo allá por septiembre de 2007. Quiso triunfar el extremeño y lo
consiguió a medias. Un trofeo obtuvo del quinto, ejemplar que aguantó quince o
veinte embestidas a gran nivel hasta que se rajó y se paró completamente. Mucho
le exigió un Perera que bajó la mano una barbaridad y llevó al toro muy
sometido. Esas fueron sus virtudes, pero también hubo defectos. Como ya hacen
la mayoría, tampoco cargó nunca la suerte y retrasó mucho la pierna antes de
embarcar la embestida en cada muletazo. Las primeras series por ambas manos
tuvieron una gran intensidad a pesar de la poca pureza que presentaron. A
partir de ese momento, el bajo y badanudo ejemplar de la divisa verde y blanca,
cantó la gallina y se convirtió en un marmolillo que se quería marchar. Para
concluir una faena que fue de más a menos, el de la Puebla de Prior dejó una
estocada casi entera muy baja y perpendicular. Este ligerísimo detalle no
impidió que los “aficionados” sacaran el pañuelo blanco y el presidente
concediera la oreja. Ante su primero, el segundo, Perera lo intentó con
insistencia pero poco pudo hacer ante un completo inválido y descastado. Por
cierto, a este también se lo quitó de en medio de un bajonazo…sí señor.
Alejandro Talavante cumplía su segunda tarde en el abono y
estuvo tan bien que casi fue despedido con pitos. Actuación destemplada,
ventajista y vulgar que ratificó el pésimo momento que atraviesa a pesar de las
muchas orejas que corta todos los días. El tercero, bien presentado, serio y
ofensivo por delante, fue otro ejemplo de casta inexistente. Más que por poca
fuerza, la res no embistió porque no quiso. Se movió de forma cansina y
desesperante y Talavante, tras comprobar que no podría ponerse a “improvisar”
con su toreo mexicano, abrevió. Y lo mismo hizo con el que cerró plaza. Este
último si tuvo un pellizco de casta y arrolló a un Talavante que más que
muletazos ejecutó trallazos y banderazos rápidos y antiestéticos que no
convencieron al respetable. Una vez que comprobó que no podría con su enemigo,
se fue a por la espada y se tiró a los blandos, igual que en su primero.
10ª
de abono, Albacete. Con casi lleno en los tendidos, se lidiaron 6 toros de Las Ramblas, bien presentados en
general, y de juego desigual. Destacaron el noble 1º, el buen 5º hasta que
duró, y el encastado 6º. Flojos y descastados los demás.
Enrique Ponce: saludos y vuelta
Miguel Ángel Perera: silencio y oreja
Alejandro Talavante: silencio y leves pitos
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Foto: Víctor Zafrilla
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