Petardo sin paliativos de Julio Aparicio que con su actitud
toda la tarde falta el respeto a la afición de Madrid, escucha dos broncas, y
sale entre almohadillas de Las Ventas. Curro Díaz y Eduardo Gallo, casi sin
opciones con una deslucida corrida del Ventorrillo.
Muchos
años han pasado ya desde aquellas legendarias tardes de bronca y escándalo de
toreros como Curro Romero o Rafael de Paula. Los más jóvenes ni nos acordamos y
las que hemos visto ha sido a través de vídeos, pero esta tarde Julio Aparicio
nos ha recordado aquellas escenas que ya parecen añejas. El petardo que ha
protagonizado Julio Aparicio en la sexta de la Feria de San Isidro ha sido completamente
vergonzoso. Nadie entiende como un matador puede pisar la primera plaza del
mundo con semejante actitud. Saludó una cariñosa ovación al finalizar el
paseíllo como recuerdo de la gravísima cornada que sufrió en esa misma arena
dos años antes ante un toro de Juan Pedro Domecq. Ese día, la imagen de la
espantosa cornada en la boca dio la vuelta al mundo y hoy lo que ha dado la
vuelta al “Planeta Taurino” y lo que ha resonado dentro y fuera del coso
venteño han sido los pitos, la bronca, los gritos…la indignación. Indignación
por ver como un torero sin ningún tipo de ambición ni valor quita puestos a
otros matadores jóvenes que de verdad quieren ser toreros y que están en su
casa cruzados de brazos y esperando la oportunidad. Por eso, si Julio Aparicio
tuviera un mínimo de dignidad debería plantearse que hace en el toreo y no volver
a pisar una plaza de toros como la de Madrid.
El
primero fue un astado bien presentado, como la mayoría de sus hermanos de lote,
serio y de bonitas hechuras. El castaño del Ventorrillo no tuvo mala condición,
al contrario, ya que tuvo nobleza y cierta calidad, pero tenía el defecto de
salir con la cara un poco alta y también suelto. Además, anduvo justito de
fuerzas. Aparicio mostró desde el principio a lo que venía. Para empezar mandó
a sus subalternos que le pararan sus toros y templaran la fuerte embestida de
salida. Después, se hizo presente unos segundo para dejar varios capotazos más
por arriba que por abajo y sin ningún lucimiento. En el tercio de varas no
mejoró el asunto ya que el sevillano no actuó como lidiador en ningún momento y
ordenó que se masacrara en el caballo a sus oponentes. Ni llevó ni quitó a sus
toros, anduvo mal colocado e ignorando sus obligaciones como director de lidia.
Se le pegó muchísimo a su lote y eso hizo que el cuarto, un ejemplar muy serio
por delante y con gran cuajo y remate, no tuviera apenas gas en el último
tercio. Algo normal después del duro castigó que se le administró y de lo que
empujó en el caballo. En ambos trasteos hizo lo mismo: salir desde el principio
desconfiado, sin colocarse ni presentar decentemente la muleta y sin ni
siquiera bajar algo la mano e intentar hacer nada lucido. Yéndose
descaradamente de la cara del toro y mostrándose absolutamente negado, abrevió
en ambos, sobre todo en el cuarto, en el que salió directamente con la espada
de matar. El mitin con el estoque también fue mayúsculo y Julio entró siempre
sin convicción, saliéndose de la suerte e intentando cazar al toro en el sitio
más fácil. Dos grandes broncas como hace tiempo no se escuchaban y una gritos
de ¡fuera, fuera! de una afición que se sintió estafada con semejante
espectáculo. Un señor que se sentaba al lado de mi abono comentó: “Este no
debería cobrar. Yo cuando hago mal mi trabajo o directamente no lo hago, no me
pagan”. El aficionado tenía toda la razón.
Ni
Curro Díaz ni Eduardo Gallo, que completaban el cartel del día del patrón,
tuvieron apenas opción de lucimiento. Prácticamente solo pudieron justificarse.
El primero mostró más actitud y arrojo y fue un soplo de aire fresco entre
tanta comodidad y resignación. El salmantino justificó el haberse convertido en
el sustituto del herido Ángel Teruel ya que derrochó ganas y, al menos, lo
intentó. El tercero del encierro de la divisa toledana fue un animal
interesante, con un punto de casta que estuvo demasiado cerca del genio. El de
Fidel San Román, el más feo de la corrida, protagonizó, junto al picador José
Ney Zambrano, uno de los pocos momentos destacables del festejo. Se arrancó de
lejos el del Ventorrillo y el del castoreño ejecutó muy bien la suerte de
varas, movió al caballo, tiró el palo y lo mantuvo sin cebarse con el animal.
Simplemente hizo lo que se debe hacer, pero en un momento como el actual en el
que este tercio está en vías de extinción por no decir absolutamente muerto, el
público le reconoció su buen hacer con una gran ovación. Que tomen nota otros. En
la muleta, el toro se movió con transmisión, aunque a final del muletazo se
rebrincaba y pegaba un pequeño saltito muy molesto para el torero y que
provocaba que el pase no fuera tan lucido. La fijeza y la prontitud fueron
otras de las virtudes que tuvo el animal. Gallo destacó en un par de templadas
verónicas en el recibo capotero y en el inicio del trasteo en el que se dobló
con su antagonista por bajo. El sexto, absolutamente deslucido y con la cara
muy suelta siempre pegando tornillazos, le impidió el lucimiento. Con la espada
fácil.
El
jienense Curro Díaz tampoco tuvo suerte en su primera comparecencia este año en
Madrid. En esta ocasión ni siquiera pudo dejar detalles de su gusto y
personalidad. Su lote fue manso y deslucido y el de Linares no tuvo la más
mínima opción. Optó por abreviar y el público silenció su labor.
6ª
Feria de San Isidro. Las Ventas. Corrida del día del patrón. Con casi lleno
en los tendidos, se lidiaron 6 toros de El
Ventorrillo, bien presentados y de deslucido juego en general. 1º noble y
de buena condición, pero flojo y saliendo con la cara arriba; 2º manso
rajado; 3º interesante, se movió con transmisión aunque con complicaciones;
4º empujó en varas y no se pudo ver en la muleta; 5º manso, deslucido y
desclasado; 6º con la cara muy suelta.
Julio Aparicio: bronca en ambos
Curro Díaz: silencio y silencio
Eduardo Gallo (que sustituía a Ángel Teruel): saludos y silencio
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario