jueves, 7 de marzo de 2013

Artículo de Opinión

EL EXILIO FRANCÉS

Desde hace mucho tiempo se habla constantemente en el mundo del toro del llamado exilio francés. Muchos aficionados opinan que la Francia taurina ha tomado la delantera a lo que sucede en nuestro país. Yo estoy muy de acuerdo con esto y los últimos acontecimientos acaecidos en ambos países me convencen más aún en esta idea. Por ejemplo, esta temporada hemos podido comprobar como ha ido bajando descaradamente el trapío en las grandes ferias y plazas de nuestro país. Primero fue Valencia, después Sevilla, luego Madrid y, aunque parecía imposible, también finalmente Pamplona. La Feria del Toro ha sido un ejemplo más de la actitud de las llamadas figuras del toreo y San Fermín ha sido escenario de la imposición de “su” toro, de un astado anovillado y sin seriedad por delante ni remate por detrás. Y hasta aquí estamos hablando de plazas de primera, de los cosos más importantes del mundo, pero ni que decir tiene que lo que ocurre en el resto de ruedos y ferias es mucho peor. Pero en Francia, por regla general, esto no ocurre. Allí quién triunfa repite y esto vale para toreros y ganaderos. Por eso, estos últimos si embarcan corridas dignas y bien presentadas para que se lidien en el país vecino. Entre que allí pagan sin tardanza, sin regateos y que si se echa una buena corrida al año siguiente también sonará el teléfono, los ganaderos se esmeran de lo lindo para cumplir con las expectativas. Eso en cuanto a la presentación de los toros, el mínimo que siempre se debe dar en un espectáculo taurino. Pero al margen de este punto, en el sur de Francia, la zona donde se celebran festejos taurómacos, se vive la fiesta auténtica, tiene lugar la corrida (o novillada) de siempre. Allí el toro sigue siendo la base sobre la que se sustenta el espectáculo, allí el protagonista de la fiesta no ha sido relegado a un segundo o tercer lugar, allí es el primero. La suerte de varas, sin duda una de las más importantes de la tauromaquia, la que desde los orígenes del toreo fue la reina del espectáculo, sigue teniendo una importancia capital. Se obliga a los toreros a poner en suerte de forma correcta a los toros, a lucirlos; y también se apremia a los varilargueros a que cumplan con su deber de forma lucida y reglamentaria. En Francia los ganaderos si que pueden anotar en sus libretas el comportamiento de sus animales en el caballo, no como en España donde la suerte de varas, más que en vías de extinción, está extinguida desde hace tiempo. Por otro lado, en la mayoría de cosos importantes de Francia se sigue demandando el toro encastado, el bravo, el que emociona e incluso da miedo. Allí esos astados nobilísimos y aborregados hasta la extenuación no son bien recibidos. Las llamadas ganaderías toristas o duras tienen en Francia su feudo, su refugio para no desaparecer absorbidas por el monoencaste Domecq. José Escolar, Moreno Silva, Victorino y Adolfo Martín, Miura…ellas son las que mandan y gustan al público francés. Y para que se puedan lidiar estos hierros, está claro que se deben contratar a toreros que puedan con ellos, que superen la exigencia y dificultad de estas ganaderías y encastes. Por eso allí, Cayetano, Manzanares o Morante son menos admirados que Fernando Robleño, El Fundi o Javier Castaño, luchadores y matadores que reivindican la emoción como base de la fiesta. Cuando estas semanas escuchaba a mi admirado André Viard hablar sobre lo acontecido en las ferias de Céret y Mont de Marsan la envidia (sana, por supuesto) y la añoranza me invadían. Él no dejaba de citar a la emoción, la casta, la suerte de varas de verdad, la épica de estos matadores…escuchaba a André y asumía, más que nunca, que el futuro (para el buen aficionado) está en Francia. Mi exilio taurino está cerca.

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