domingo, 10 de marzo de 2013

4ª Feria de Albacete 2012

UN EXTRATERRESTRE INCOMPRENDIDO EN UN TENDIDO DE LA MANCHA

José María Manzanares vuelve a desatar la locura colectiva y sale a hombros con tres orejas. Festejo mixto con llenazo en los tendidos que no termina de romper hasta el final y en el que Hermoso de Mendoza y Sebastián Castella fallan con los aceros.


Hoy les contaré una historia. Mi relato trata sobre un extra terrestre que compró un billete con fecha 11 de septiembre desde Marte hasta la Tierra. Exactamente la nave espacial llegaría a un rincón de la Mancha llamado Albacete. El extra terrestre, o marciano (como lo queramos llamar), había estado ahorrando mucho tiempo para cumplir su sueño de conocer ese gran planeta llamado Tierra y a sus millones de habitantes. Precisamente por estas fechas de septiembre, la región elegida para el viaje se encontraba en fiestas y vivía intensamente su Feria. El marciano se había estado informando de todo lo tradicional y típico en ese país de Europa y uno de los espectáculos de mayor interés para todos sus ciudadanos era una peculiar y extraña fiesta llamada tauromaquia. Como la Feria de la ciudad incluía entre sus actividades la tradicional feria taurina, el extra terrestre sacó una entrada con precocidad para acudir a uno de los festejos estrella del abono. Se trataba de un cartel mixto, es decir, compuesto por un torero a caballo y dos diestros a pie. Pablo Hermoso de Mendoza abriría plaza y junto a él Sebastián Castella y José María Manzanares. La materia prima del espectáculo, le dijeron al marciano, eran unos extraños animales llamados toros que lucían en sus cabezas imponentes y astifinas astas. Llegó el día y el extra terrestre realizó el largo viaje. Cumplido su sueño de pisar la Tierra, el marciano se paseó por el centro de la ciudad y de su Feria observado por muchas gentes sorprendidas por su presencia. Llegó el momento de entrar a la plaza de toros, que así se llamaba el edificio donde se celebraría la corrida, y asombrado contempló infinitas colas para acceder al coso. Fue larga la espera y, con muchos problemas por la masificación del lugar, el marciano logró sentarse en su apretada localidad para empezar a sudar la gota gorda. “En Marte se está más fresco…”, pensó el extraño ser.

Comenzó el espectáculo y salió al ruedo el caballero Pablo Hermoso de Mendoza, la máxima figura del toreo a caballo. Cuando sonaron clarines y timbales apareció por una puerta el primer toro de la tarde, un ejemplar que pertenecía a la ganadería gaditana de Fermín Bohórquez. Según leyó el extra terrestre, este hierro es uno de los habituales para los festejos de toreo a caballo y también uno de los predilectos de los rejoneadores. Fue, a juicio del marciano, un animal bastante parado y flojo, nada parecido a esos duros y peligrosos que tenía entendido saltaban cada tarde al ruedo. Hermoso de Mendoza firmó una faena elegante, limpia y técnica montando a distintos equinos como Chenel, Ícaro o Pirata. Según los especialistas de este arte, el torero de Estella (Navarra) clavó ortodoxamente al estribo, es decir, ajustándose con el astado. Había que llegarle mucho a la cara del toro para que éste se arrancara y emprendiera la acometida. La gente no terminaba de emocionarse. Llegó la hora de matar y Pablo Hermoso no estuvo acertado dejando un rejón de muerte (así se llamaba el afilado acero que empuñó) trasero y caído. Es verdad que el toro cayó muerto a la arena, pero al protagonista de esta historia le dijeron que el rejón debía caer en todo lo alto. Ovación con saludos para el navarro, lo mismo que en su segundo turno. El cuarto, que salió después de que los presentes se pusieran las botas con una copiosa merienda (tradición del lugar), fue más feo y empezó galopando con fuerza. Después se vino a menos y también anduvo falto de transmisión. Tan sólo un error en una banderilla tuvo un Hermoso de Mendoza que destacó montando al bonito Manolete y en un par a dos manos antes de volver a fallar estrepitosamente en la suerte suprema.

Una vez hubo finalizado el espectáculo del toreo a caballo (el extra terrestre no llegó a comprender el porqué de la mezcla entre los dos tipos de arte) llegó el turno de un torero francés llamado Sebastián Castella. Se había informado el de Marte y parecía que este matador poseía un valor muy frío. Y sí, así fue, Castella demostró ambas cosas: valor y frialdad. Su primero, el segundo, fue un ejemplar de Victoriano del Río muy noble y con clase que quiso perseguir siempre los engaños pero que casi no podía con su alma. Muy flojo y descastado un animal que tampoco emocionó al marciano. “¿Dónde está la emoción y el riesgo aparente?”, se preguntaba. A pesar de todo, Sebastián, se puso en el sitio y toreó con templanza. Lo peor fue el uso de la espada. “¿Suelen fallar siempre tanto al matar?”, preguntó el extra terrestre a su vecino de localidad. Cuatro pinchazos, fea estocada y silencio. Ese segundo anduvo en el límite de presentación por sus hechuras y expresión anovilladas. El que sí estuvo bien presentado y tuvo seriedad fue el descarado quinto que galopó con alegría en el tercio de banderillas. Después, en el último tercio, se puso reservón y no terminó de romper. Los dos primeros muletazos se los tragaba el de la divisa negra y amarilla pero en el tercero le costaba seguir incomodando a su matador. Tuvo cierta guasa el astado y Castella lo intentó sin llegar a estar nunca a gusto y sin conectar con el respetable. De nuevo pinchó y, otra vez, fue silenciado. “A ver si en su otra tarde tiene más suerte…”, dijo el marciano cuando comprobó que hacía doblete en la feria.

El tercer espada anunciado era José María Manzanares. Parecía que todo el mundo iba a verle a él, que sería el protagonista del espectáculo, y así fue. Manzanares logró cortar tres orejas y alcanzar el premio máximo para un torero: abrir la puerta grande. Al extra terrestre, por cierto, le llamó poderosamente la atención el que los premios fueran despojos de los toros lidiados. Pues bien, llegó Manzanares a Albacete y puso patas arriba la feria. Se repitió la historia del año pasado. En resumen, al marciano le gustó del torero alicantino su privilegiado empaque, su clase, elegancia y templanza. Eso le gustó, le pareció bonito, pero…no le emocionó. El ser llegado del espacio había leído libros sobre la Historia del toreo y según tenía entendido en el ruedo, además de plasticidad, debía haber verdad. Él creía que para reconocer a un matador, éste debía estar cruzado a la hora de citar al toro y que después tenía que cargar la suerte y rematar los muletazos atrás. Eso se suponía que era el toreo eterno, el verdadero, pero el extra terrestre vio a un torero que citaba con el pico, se colocaba de forma perfilera y en vez de cargar la suerte, la descargaba. Sobre todo lo hizo José María con diestra, algunas veces de forma descarada. “Ay la patita atrás escondiendo la femoral…”, escuchaba el marciano de algún aficionado. Tan sólo hubo algunos naturales realmente buenos en los que se enroscó al toro. A pesar de todo, la gente se volvió loca y se rompió las manos a aplaudir. El tercero no fue fácil y hubo que desengañarlo y corregirle algunos defectos. En cambio, el sexto, fue el mejor. Tuvo además de nobleza, clase y humillación, ritmo y transmisión el toro. Una oreja cortó ante su primero y, tras una gran estocada, obtuvo las dos del último. El extra terrestre, que se había sentido bastante integrado hasta entonces, con la actuación de Manzanares y el éxtasis del público, se sintió, más que nunca, eso, un marciano.

Albacete, 4ª de abono. Con lleno en los tendidos, se lidiaron 4 toros de Victoriano del Río, desiguales de presentación y juego, y 2, para rejones, de Fermín Bohórquez (1º y 4º) reglamentariamente despuntados y de flojo y parado juego. 2º noble pero muy flojo y descastado; 3º con movilidad; 5º complicado y 6º de buen juego.

Pablo Hermoso de Mendoza: saludos en ambos
Sebastián Castella: silencio tras aviso y silencio
José María Manzanares: oreja y dos orejas

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