miércoles, 6 de marzo de 2013

20ª Feria de San Isidro 2012

Y APARICIO DIJO ADIÓS

Julio Aparicio se corta la coleta tras la segunda tarde de bronca consecutiva en Las Ventas. El sinsabor del sevillano contrastó con la firmeza de un Perera que a punto estuvo de cortar una oreja. Ni El Fandi ni Las Ramblas aprueban en su paso por Madrid.


Comienzo a escribir minutos después de contemplar la retirada de un torero en el ruedo de Las Ventas. Julio Aparicio decidió cortarse la coleta y decir adiós a una profesión que posiblemente le haya traído más penas que alegrías. Demasiado lejano quedaba ya el recuerdo de aquella mítica confirmación en el año noventa y cuatro. Y el destino quiso que su momento más duro y agridulce tuviera lugar en el mismo escenario que aquella faena que lo catapultó a lo más alto del toreo. Es clara la dureza de un adiós, pero creo que todos consideramos que Aparicio por fin ha sido sincero consigo mismo y ha elegido el camino más apropiado. En la mente de todos sobrevolaba el gravísimo percance que Julio sufriera ahora hace dos años en la arena del coso de la Calle Alcalá. Seguramente esa tremenda cornada marcó un punto de inflexión y el final de un torero que ha visto como su carrera tocaba fondo en esta feria de San Isidro.

Porque su segunda tarde en el abono fue aún más dura que la primera. Gran parte del público vino preparado para abroncar desde el principio a Aparicio y finalmente la seriedad que debe tener una corrida de toros se perdió y dio paso a la mofa, a la risa, al ridículo. Es verdad que él solito se lo había ganado, pero también lo es que cuando un hombre está en la arena delante de la cara del toro se debe mantener un mínimo respeto. Llegó a dar pena en algunos momentos el hijo del gran matador del mismo nombre y eso es lo que nunca debe ocurrir. El torero debe generar respeto y admiración, no vergüenza y pena. Pero lo más triste de todo es que a su segundo paseíllo, Aparicio si vino con algo de actitud y voluntad. Dejó detalles de querer agradar en el capote y en su rostro se reflejaba el deseo de que no se volviesen a repetir las escenas del pasado día quince. Pero no siempre se cumple eso de querer es poder. Lo que quedó muy claro es que Aparicio no podía, no tenía la capacidad de colocarse, ni de cruzarse, ni de aguantar las miradas y embestidas de sus oponentes. Él quiso, pero no pudo. Su primer enemigo fue un noble y flojo astado del hierro titular al que le faltó transmisión. Por el contrario, el anovillado e inválido cuarto fue devuelto a los corrales y en su lugar saltó al ruedo un bonito y bien presentado ejemplar de Hnos. Fraile Mazas que dejó entrever unas condiciones y posibilidades que no se pudieron ver por la ausente faena de Julio Aparicio.

Frente a la imposibilidad de Aparicio, en la vigésima de feria destacó la firmeza de Miguel Ángel Perera. El extremeño mostró desde el principio que venía con la mentalidad de no irse a pie o entre silencios. Y aunque por momentos faltó una mejor colocación y sobró el abuso de la pierna retrasada, Perera se la jugó sobre todo con el sexto, un colorado al que le faltaba seriedad en la expresión y que esperanzó con su buen comienzo de faena. Empezó embistiendo con cierta transmisión, recorrido y nobleza el de Las Ramblas, pero la alegría duro poco y el animal se vino muy pronto abajo comenzando a sacar complicaciones. Acortó su recorrido y se puso a mirar y a medir mucho al torero. Miguel Ángel no se amilanó y se jugó los muslos. Antes del meritorio arrimón logró varias series de muletazos largos a los que en ocasiones les faltó mayor profundidad. Lo que si tuvieron fueron mucho mando y templanza. En todo momento quiso llevar enganchado al de Daniel Martínez y de esta forma consiguió los momentos de más intensidad de la tarde. La mayoría del público estuvo con él, aunque un sector de la plaza fue muy duro con el pacense y recriminó incesantemente su labor. Tras un pinchazo arriba y una buena estocada, los pañuelos asomaron en los tendidos. Quizás si había mayoría, pero el presidente no lo entendió así y se negó a conceder la oreja. El tercero fue un manso que quiso rajarse muy pronto, pero al que Miguel Ángel Perera consiguió sujetar en la franela. El secreto radicó en presentarle siempre la muleta en la cara y no dejarle espacio ni momento para huir. El astado de la divisa albaceteña tuvo, además de su manifiesta mansedumbre, nobleza y bondad, pero una gran dosis de descaste y sosería que imposibilitó cualquier atisbo de transmisión. En este recibió silencio Perera.

Completaba el cartel David Fandila “El Fandi” que tuvo una actuación muy discreta. Lo único estimable del granadino fue el uso que hizo del capote, en particular, ante su primero. Al segundo del festejo lo recibió con gran asentamiento, templanza y bajando mucho los brazos. Con ese saludo a la verónica terminó el lucimiento de Fandi. Con los palos sólo consiguió algún par suelto de buena ejecución. Los demás fueron a toro pasado, sin mayor exposición y, eso sí, mostrando las grandes facultades que posee. Y con la muleta más de lo mismo. Ante ese segundo firmó una labor larga pero sin contenido. Ese ejemplar fue el que más posibilidades y duración tuvo de todo el encierro, pero en el trasteo de David Fandila faltó mucha templanza y clase. Eso por no hablar de que siempre toreó en la periferia. El grandón quinto fue muy deslucido y bruto y prácticamente no dio ninguna opción. Abrevió el de Granada en medio de la indiferencia del respetable.

20ª Feria de San Isidro. Las Ventas. Con casi lleno en los tendidos, se lidiaron 5 toros de Las Ramblas, desiguales de presentación con varios anovillados como 2º y 4º y otros más grandones como el 5º, y de noble pero descastado y soso juego en general, y 1 (4º bis) de Hnos. Fraile Mazas, bien presentado y con motor.

Julio Aparicio: algunos pitos y bronca
El Fandi: silencio en ambos
Miguel Ángel Perera: silencio y ovación con saludos tras aviso y petición

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