viernes, 17 de mayo de 2013

Crónica 8ª Feria de San Isidro

¡QUE VUELVA JOSELITO!

Petardo casi completo en uno de los carteles de la feria. Morante abrevia, desastroso Manzanares y Fortes pone ganas sin demasiado lucimiento. Corrida mal presentada y descastada de Juan Pedro Domecq.


Aunque las tradiciones, en general, hoy en día están mal vistas y cada vez más en desuso, al menos en Las Ventas hay una tradición que se mantiene. No, no se asusten, esa tradición no es ni la de que salga el toro serio y con casta, ni la de que los toreros carguen la suerte como mandan los cánones. De la que yo hablo es de una tradición menos importante en la práctica, pero que esconde muchos valores detrás. La tradición a la que me estoy refiriendo es la de guardar un minuto de silencio, cada 16 de mayo, al finalizar el paseíllo. Pase lo que pase, toree quién toree, ese día (que siempre cae en plena Feria de San Isidro), todo el mundo que se encuentra en la monumental madrileña homenajea a Joselito El Gallo con esos sesenta segundos de respeto. Todos, o casi todos, porque siempre hay algún tonto que pega un grito antes de tiempo (hoy por ejemplo: ¡viva España!) y que desluce el momento. Joselito, el Rey de los toreros, uno de los matadores más grandes de todos los tiempos (por no decir, el más grande) vuelve a Las Ventas, aunque no sea físicamente. A muchos se nos estremecen las entrañas al recordar cada San Isidro la grandeza de aquel torero que cambió la historia de la Tauromaquia. Hoy se cumplía ese triste aniversario que nos recuerda a todos aquella aciaga tarde de Talavera de la Reina en la que "Bailaor" se llevó para siempre a Joselito. Pues bien, más allá de ese minuto de silencio, hoy dedico tanto espacio en la crónica a este asunto porque, aún más si cabe, el recuerdo de José Gómez Ortega, adquirió esta tarde un mayor simbolismo. Pero no fue precisamente en esos momentos de silencio, sino en el transcurso del festejo y en su final. El espectáculo que se desarrolló en la octava del abono puso de manifiesto el cambio que ha experimentado la fiesta en todos estos años. Si antes los públicos se emocionaban y se removían en sus asientos cuando en el ruedo aparecía un animal desbordante de casta, agresividad, y peligro, hoy los públicos se divierten e incluso emocionan (aunque yo piense que esto es imposible) con astados tan nobles y bondadosos que rozan la docilidad. Por otro lado, si los aficionados de antes disfrutaban y exigían a los toreros que, ante todo, anduvieran bien colocados en la cara de sus oponentes, y cargaran la suerte con los riñones encajados, hoy los amantes del toreo se extasían con faenas en las que el matador de turno se coloca fuera de cacho y retrasa la pierna descargando, clamorosamente, la suerte. Está claro que las modas y los tiempos...han cambiado. Ahora habrá algunos que me respondan diciendo que los toros que mataban Joselito o Belmonte eran ilidiables y que el lucimiento y la belleza no existían. En parte llevarán razón, pero sinceramente prefiero la emoción que da el mérito de ver a un hombre sometiendo a una fiera, que a un "artista" disfrutando ante un nobilísimo animal que no transmite ni la más mínima agresividad. Y, además, no nos tenemos que remontar a la Edad de Oro del toreo (que por algo se llamará así), sino a la Tauromaquia de hace unas décadas en las que no existían, o se ponían en práctica de esta forma, tantas ventajas y mentiras. Antes las figuras se aliviaban en los pueblos, pero respondían y se la jugaban en Madrid. Ahora...ni eso.

La ganadería de Juan Pedro Domecq regresaba al que se supone es el coso más importante del mundo y lo hacía, como casi siempre, de la mano de las figuras. Divisa adorada por los toreros y odiada por muchos aficionados. Y Juan Pedro cumplió a la perfección con su tradición y al ruedo saltó eso que el difunto Juan Pedro definió como el toro "artista". Encierro, para empezar, mal presentado en líneas generales y en el que saltaron auténticos novillotes verdaderamente impresentables. El primero o el cuarto, se salvaron un poco de la quema en cuanto a trapío se refiere. Y si la fachada fue mala, peor fue lo que llevaron dentro. Al margen del buen quinto (que tuvo algo de casta) el resto fue un ejemplo de toro descastado, flojo, y de nula transmisión. Conveniente también recordar que a la corrida casi ni se la castigó en el caballo. Eso sí, nobleza hubo a raudales...como el que abrió plaza, un nobilísimo ejemplar que tuvo una clase suprema y que siempre acudió humillado. Para algunos el toro perfecto, para otros, la antítesis del toro bravo por su falta de transmisión y fiereza. Con astados así es muy entendible la predilección de los toreros por matar esta ganadería...

Abriendo el cartel (aunque por la confirmación de alternativa de Jiménez Fortes matara el segundo) actuaba el siempre esperado Morante de la Puebla. Uno de los pocos representantes del llamado toreo artista, que también lo es del toreo antiguo, hacía el paseíllo por primera vez en un ciclo en el que repetirá dos tardes más. El resultado del sevillano fue silencio y pitos. Detrás de esto, la actuación de Morante estuvo marcada por la brevedad. Ante sus dos oponentes abrevió con absoluta naturalidad, después de comprobar que el producto que tenía delante no era apto para el lucimiento, o para su concepto. Está claro que a Madrid se tiene que venir para hacer el esfuerzo, salga lo que salga por chiqueros, pero sinceramente, la brevedad de ambas labores estuvo justificada y nos ahorró mucho tiempo. Para andar pegando mantazos a diestro y siniestro durante diez minutos sin el más mínimo lucimiento…mejor abreviar. El primero de su lote, que salió en segundo lugar, pese a lo bajo que era (un auténtico zapato), fue de los correctos en presentación. El astado de Juan Pedro salió de chiqueros dormido y dormido murió. Absolutamente descastado y soso un animal que obligó a José Antonio Morante a quitárselo rápidamente de encima. Si el toro no transmitía nada, ¿para que perder el tiempo y aburrir al personal? Antes del fugaz trasteo del torero de la Puebla, éste ejecutó dos verónicas sobresalientes en el saludo capotero. Meció los brazos y se echó encima del animal casi literalmente. Desgraciadamente, eso fue todo. El cuarto, más grande que sus hermanos, cortó mucho en banderillas poniendo en aprietos a los hombres de plata que corrieron como si de un fiero cuadri se tratara. A Morante no le gustó ni un pelo el toro y ya salió con la franela pensando en lo pronto que regresaría a las tablas para dejar el estoque simulado. Efectivamente, tras dos pases por alto, y un feo cabezazo del de Juan Pedro, Morante cambió la espada. Bronca y división en los tendidos. Tras varios pinchazos, media estocada, y un golpe de descabello, su enemigo cayó y él volvió al callejón entre pitos. Habrá que esperar al día 23…

El que también regresaba a Madrid era José María Manzanares y, aunque es una pena, su tarde no pasará a los anales de la Historia del toreo. El alicantino ofreció una versión realmente preocupante dada su condición de figura. El ventajismo de otros años lo llevó al extremo en dos faenas en las que no se puso prácticamente ni una vez en el sitio. Siempre citando fuera de cacho o al hilo de pitón, Manzanares realizó su habitual giro de piernas quedando siempre entre el toro y él un hueco imposible de maquillar. Siempre retrasó (y escondió) la pierna que debería adelantarse y no se cruzó ni una sola vez. Pero esto no es novedad, este es, ni más ni menos, el Manzanares de los últimos tiempos. La única diferencia es que en el resto de plazas tragan con todas estas ventajas y en Madrid, no. Bueno, no tragó una parte del público que, hoy sí, se pasó toda la santa tarde recriminando la colocación de José María. El resto de espectadores se acabaron contagiando casi por completo y, pese a los muchos muletazos y series que ejecutó el torero de Alicante, la transmisión al tendido fue muy escasa. Por otro lado, todavía más preocupante fue el Manzanares de hoy porque casi ni el empaque y la templanza que atesora consiguieron equilibrar la balanza de la pureza. Además, no bajó ni una sola vez la mano. El feo y anovillado tercero, se movió sin transmisión y saliendo casi siempre distraído y con la cara alta. En cambio, el quinto, también sin remate y degollado, a pesar de sus defensas, sí que valió para el triunfo. Sin ser un toro de nota, al menos este tuvo un punto de casta. Acudió con transmisión y clase en las primeras series, aunque se acabó aburriendo y muy venido a menos. Como decía, pese a la buena condición de su antagonista, José María Manzanares construyó un trasteo del que se salvaron algunos pases de pecho y poco más. Lo mejor de este capítulo fue el gran tercio de banderillas que protagonizó Juan José Trujillo. Fue hacia la cara del toro andando en torero, expuso mucho, y clavó los palos asomándose al balcón. Grandes pares, por cierto, los que estamos viendo este San Isidro. De lo mejor.

Por cuarto día consecutivo, hoy había una nueva confirmación de alternativa. Esta vez fue el turno de uno de los toreros jóvenes que más sonaron la pasada temporada: Jiménez Fortes. El malagueño, ausente en 2012, firmó una actuación en la que las ganas y el valor, quedaron por encima del acierto y del lucimiento. El que abrió plaza fue un melocotón por fuera y puro almíbar por dentro. Noble hasta la extenuación un Juan Pedro que derrochó clase y que humilló mucho durante su lidia. Como dije antes, aunque para algunos este sea el toro perfecto, a otros este tipo de reses nos aburren hasta el extremo. Con la fuerza y la casta en los límites, el bondadoso astado del hierro de Veragua (manda narices) se lo puso en bandeja a un Fortes valeroso, pero que no lo cuajó. No acertó en la colocación, también casi siempre descargando la suerte y abriendo mucho el compás. Por otra parte, volvió a dar muestras de que la espada no es uno de sus fuertes. Se coloca muy lejos del toro y después se tira encima, pero sin la ejecución apropiada para salvar el pitón y meter el brazo. En uno de los encuentros chocó con el toro, afortunadamente, sin consecuencias. El malagueño, muy entregado y con la plaza cariñosa, participó en todos los turnos de quite. Hubo uno por gaoneras y dos por chicuelinas, uno de ellos de mucho ajuste. El sexto fue un bichejo pequeñísimo que le llegaba por la cintura a Fortes y que después se movió con sosería y escasa transmisión. Su matador puso todo de su parte y destacó en una buena serie con la mano izquierda, ya casi al final, y en la que al exigir y poder al toro, éste tiró definitivamente la toalla y pidió la muerte.

En definitiva, tarde de “clavel” con lleno de “No hay billetes”, y también de un nuevo fracaso ganadero compartido casi por la terna. En mi mente, viendo en lo que está quedando la fiesta de los toros y la gran Feria de San Isidro que estamos soportando, un recuerdo, un deseo… ¡qué vuelva Joselito!

8ª Feria de San Isidro. Las Ventas. Con lleno de “No hay billetes” en los tendidos, se lidiaron 6 toros de Juan Pedro Domecq, mal presentados en general por su escasa seriedad y remate, y de juego descastado y blando en su conjunto. Los mejores: el nobilísimo y dulce 1º, y el buen 5º que tuvo algo de casta.

Morante de la Puebla: silencio y pitos
José María Manzanares: palmas tras aviso y saludos
Jiménez Fortes (que confirmaba alternativa): palmas tras aviso y saludos tras aviso

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