sábado, 25 de mayo de 2013

Crónica 15ª Feria de San Isidro

“MADRID, QUIÉN TE HA VISTO Y QUIÉN TE VE…”

Tarde de clavel y triunfalismo barato con puerta grande incluida para el único matador que debió pasear un trofeo: Alejandro Talavante. Corrida desigual de Victoriano del Río con varios ejemplares de grandes posibilidades en la muleta. Valentín Luján, herido grave.


24 de mayo y anunciado estaba el último gran cartel de la feria para aquellos espectadores que tan sólo acuden a la plaza con el “glamour” de las figuras. Era la última tarde del clavel, algo que, por otra parte, muchos agradecemos aunque solo sea por no tardar casi media hora en entrar a la plaza y sentarte en tu localidad entre tanto guapo y guapa. Era el último festejo que contaba con una terna íntegra de figuras, o mejor dicho, de las llamadas figuras del toreo actual. Y como las anteriores tardes de relumbrón no habían salido como se esperaba (fueron un auténtico petardo) hoy el triunfo estaba obligado. Por eso, entre público y presidente, convirtieron Las Ventas en una auténtica verbena de orejas. El listón de la plaza que se supone es la más importante del mundo bajó a la altura de cualquier coso de tercera o, como mucho, de segunda categoría. Lo venderán como casi la nueva “Corrida del Siglo”, como un gran espectáculo, pero, al menos para este modesto servidor, la corrida de hoy se quedó en entretenida y variada, nada más. Buena culpa del éxito cosechado lo tuvo el encierro de Victoriano del Río, muy bien presentado salvo el escurrido segundo, y que demostró que es de los pocos hierros predilectos de las figuras que aún tienen algo de casta. Fue la de Victoriano una corrida mansa en el primer tercio, pero que después sorteó a varios astados de triunfo en la muleta. Lo de siempre: el toro del siglo XXI que sólo se valora en el tercio final. Pero dentro de este tipo de toro, al menos hubo alguno que no fue “tonto”, que tuvo un interesante punto de casta. Los mejores, sin duda, el completo y buen segundo, y el manso pero encastado tercero que, después de merecer las banderillas negras en el tercio de varas (por supuesto, no se sacó el pañuelo rojo), llegó al último tercio metiendo la cabeza de forma extraordinaria y moviéndose con mucha transmisión. De la terna lo mejor llevó la firma de un Alejandro Talavante que, tras su nefasta encerrona de hace menos de una semana, dio motivos para la esperanza al volver (aunque fuera sólo por momentos) a la senda de la pureza y la verdad. Algunos naturales de los que firmó en su primero fueron sobresalientes, aunque su obra no mereciera, ni de lejos, el honor de abrir la puerta grande.

Con interés y, porqué no, con morbo, se esperaba el regreso de Talavante a la misma plaza que casi le despide con almohadillas en la gesta que al final no lo fue. Tras ese estrepitoso fracaso algunos decían que Alejandro no quería volver al coso de la calle Alcalá, que no tenía el ánimo y la fuerza para hacerlo, pero al final el destino quiso que la tarde terminara de forma muy distinta a la del día 18. A hombros se fue el matador extremeño tras desorejar a su primer oponente. El tercero, serio y bien presentado como la mayoría de sus hermanos, salió muy frío y suelto de salida. Le costó embestir y desplazarse en unos primeros capotazos que no pudieron ser lucidos. Después, en el caballo, terminó de cantar su condición de manso huyendo y casi pegando un salto cada vez que sentía la puya en su lomo. Al final entró tres veces, aunque ninguno de los puyazos provocara el castigo conveniente. Mereció las banderillas negras, pero parece que en la descafeinada y blandita fiesta de nuestros días, este castigo ya no tiene lugar. Tras una lidia horrorosa y un tercio de banderillas para el olvido, Alejandro Talavante cogió la muleta y rápidamente el respetable se dio cuenta de que su actitud había experimentado un giro de ciento ochenta grados respecto a la tarde de su encerrona. Alejandro llamó al toro a su jurisdicción, y el manso se puso a embestir de forma emocionante. Humillando mucho, repitiendo, y exigiendo, el de Victoriano del Río tuvo, por encima de todo, la virtud de la transmisión. A pesar de que la faena transcurrió cerca de las tablas, el animal finalmente se acabó rajando. El trasteo de Talavante no fue redondo, sino irregular. Con altibajos, el extremeño firmó una labor que llegó mucho a los tendidos. De entre todo destacó un sobresaliente cambio de mano que se convirtió en un natural eterno y que se remató con un fortísimo…Olé. En ese muletazo, los cimientos de Las Ventas, crujieron. A partir de ahí, varias series por ambos pitones en las que hubo grandes muletazos, pero también bastantes enganchones. La embestida de la res no fue fácil y Talavante tuvo que aguantar mucho. Lo más importante de todo es que ese Alejandro ventajista y casi antiestético de las últimas ocasiones, se transfiguró por momentos en el torero que un día fue, en ese que catapultó esta misma plaza cuando se presentó como novillero, o en esa antológica faena al natural al sardo de El Ventorrillo de nombre “Cervato”. Talavante volvió por sus fueros, pero la faena no tuvo la consistencia ni el peso exigibles para la apertura de la puerta grande más importante del toreo. La buena estocada que consiguió terminó de caldear el ambiente y las dos orejas cayeron. Excesivo premio para una buena obra. El que cerró plaza, el único que empujó algo en el peto del picador, le infirió una grave cornada al subalterno Valentín Luján. Este hecho marcó el posterior y breve trasteo de Talavante. El de Victoriano, que tuvo más complicaciones que los anteriores, se vino a menos en la muleta y acortó rápidamente el recorrido para empezar a defenderse. Su matador no terminó de encontrarse cómodo en ningún momento y se fue pronto a por la espada.

José María Manzanares también volvía para cumplir con su segundo y último compromiso en la feria. Como siempre, tuvo a la mayoría de la plaza a su favor, y a una parte muy reducida (pero ruidosa) en su contra. Constantemente fue recriminado por su colocación ventajista delante de sus respectivos enemigos, aunque al alicantino le dio exactamente igual y no rectificó ni un ápice. Además, los del clavel se pusieron de su parte y le acabaron regalando una oreja. Y es que eso fue, ni más ni menos, el trofeo que obtuvo del segundo, un regalo. Buen toro en la muleta resultó el primero del lote de José María. Completo ejemplar que además de nobleza, fijeza, y prontitud, tuvo recorrido, duración, y humilló. Manzanares lo único que hizo fue acompañar las embestidas, citando siempre al hilo del pitón, y retrasando (y escondiendo) por sistema la pierna que debe torear y cargar la suerte. Pero como a la mayoría esto de los cánones y la pureza les da exactamente igual, pues se dedicaron a aplaudir y animar al diestro, extasiados por su indudable e innato empaque, temple y elegancia. Esperó mucho en la suerte suprema Manzanares y logró un meritorio espadazo en la suerte de recibir, pero que cayó muy trasero. A pesar de que el animal tardó en caer, afloraron los primeros pañuelos y el usía, sin esperar siquiera a que la petición fuera mayoritaria, sacó el pañuelo blanco. Una auténtica vergüenza. El grandón y serio quinto, que según la tablilla pesaba seiscientos kilos, fue uno de los más descastados y deslucidos del lote del ganadero madrileño. Además, siempre embistió a la franela de su matador con la cara a media altura. José María Manzanares intentó justificarse pero se mostró incómodo, dubitativo, y sin saber como plantarle cara a su oponente.

Y abriendo cartel actúo Sebastián Castella. Después de una primera tarde en la que no pasó nada, esta segunda comenzó también torcida para él. El que abrió plaza, un toro atacado de peso, mostró celo en sus arrancadas, pero la mala suerte hizo que se lesionara una de sus manos y quedara inservible para la lidia. Un resignado Castella actuó como debía y mató rápidamente al animal. De este primer, y casi inédito, capítulo lo más brillante lo realizó Javier Ambel en un soberbio tercio de banderillas en el que sacó los palos de abajo, se asomó al balcón, y salió andando con torería. El cuarto fue el típico toro soñado por los toreros y por los ganaderos denominados comerciales. Muchísima nobleza, clase, fijeza, recorrido…pero, eso sí, la casta y la transmisión en el límite. Y el resultado final para el francés también fue de una oreja. “¡Alegría!, ya que estamos…” debieron pensar muchos. Es verdad que Sebastián Castella anduvo muy templado y cómodo con este que cerró su lote, pero la mayoría de su toreo fue despegado y faltó, además de ese ajuste, más pasión y rotundidad por parte del matador…y del toro. Al final la estocada que rubricó esa aseada pero anodina faena, también avivó la petición.

15ª abono Feria de San Isidro. Las Ventas. Con lleno de “No hay billetes” se lidiaron 6 toros de Victoriano del Río, bien presentados (salvo el escurrido 2º), desiguales de juego. Mansos en el primer tercio, algunos ofrecieron un buen juego en la muleta. Los mejores, el completo 2º y el manso pero encastado 3º. El 1º se lesionó una mano.

Sebastián Castella: silencio y oreja tras aviso
José María Manzanares: oreja y silencio
Alejandro Talavante: dos orejas y silencio

Foto: Javier Arroyo

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