jueves, 9 de mayo de 2013

Crónica 1ª Feria de San Isidro

“LA PRIMERA…EN LA FRENTE”

El manso y descastado encierro de José Luis Pereda arruina las esperanzas de la primera de abono. La terna tampoco tiene su tarde y el banderillero Luis Carlos Aranda resulta el triunfador.


Ya está aquí, llegó el día, San Isidro ha comenzado. El ciclo taurino más importante de la temporada arrancaba esta tarde en la plaza de toros de Las Ventas de Madrid. Y, azares del destino, la primera del abono madrileño resultó un atronador petardo. Petardo, en general y con matices, de los que hicieron el paseíllo, y petardo completo y sin paliativos de la ganadería. José Luis Pereda volvió a ser la ganadería de siempre, esa mansa y descastada que aburre hasta al más pintado. Muchos nos lo temíamos y, desgraciadamente, no nos equivocamos. Algunos dirán que Pereda ha lidiado destacados ejemplares en los últimos tiempos. Y es verdad, pero también lo es el que esta ganadería cuenta en su haber con más corridas malas que buenas. Y Taurodelta, como nos quiere y nos mima tanto a todos los aficionados, nos la colocó para abrir boca. El resultado: tras la muerte del cuarto o quinto, torrentes de espectadores se esfumaron de los tendidos sobrepasados por el tedio y el aburrimiento. Y es que hubo pocas, muy pocas, cosas que rescatar y que llevarse para el recuerdo. Un nombre, el de Luis Carlos Aranda, fue el que más se repitió en los corrillos de aficionados una vez finalizado el festejo. El banderillero de Morenito de Arande se llevó la que fue la ovación de la tarde. La consiguió tras parear, como de costumbre, de forma soberbia al sexto. Luis Carlos clavó los palos como dictan los cánones, sin carreras ni florituras más propias de una pista de atletismo o de un ballet, que de una plaza de toros. Llamó al toro, le fue andando al encuentro, reunió los palos, se asomó al balcón, y clavó en la cara. Todo ello con suprema torería y…valor, mucho valor y exposición. También se la jugó su compañero Pascual Mellinas (el toro le puso los pitones en el pecho) y el subalterno Miguel Martín en el segundo (también se desmonteró). Al margen de estos tres hombres de plata, el resto de lo acontecido fue para olvidar.

Leandro fue el que peor estuvo de los tres. Su actuación en el quinto fue de traca. Pareció que delante tenía a una fiera indomable de cualquier ganadería terrorífica dadas sus precauciones y probaturas. Sencillamente se le vio desbordado, sin saber por donde meter mano a su oponente. Fue este toro un animal grandón, más alto que sus hermanos, castaño chorreado en verdugo y engatillado de cuerna. Salió el de Pereda suelto del primer encuentro con el caballo, aunque en el segundo le dio por empujar. Sorprendentemente, su matador lo brindó al público y ahí terminó todo. Fue su enemigo un ejemplar que se movió sin demasiada clase ni entrega y con sosería, como casi la totalidad de la corrida. Leandro, como ya se ha dicho, no dio ni uno. Con la espada pasó lo de siempre: pinchazos y al final algún espadazo más o menos defectuoso o certero para quitarse al bicho de encima. El primero de su lote, el segundo, fue un completo manso, pero que al menos tuvo poder y transmisión en sus embestidas. Se rajó inmediatamente y, tras las huidas que protagonizó en varas, se refugió en las tablas, en terrenos de sol, y allí acometió con violencia, aunque con intensidad. Siendo manso y no un plato de buen gusto, como digo, al menos este dio importancia y atrajo la atención del público. Leandro dejó detalles de gusto y algún natural suelto, pero casi siempre anduvo fuera de cacho o muy al hilo, y retrasando en exceso la pierna de salida. Las únicas veces que se fajó con el astado fueron aquellas en las que éste, por su acusada falta de bravura, se metió por dentro, casi arrollando al torero. En este tampoco acertó con los aceros y el balance de su paso por Madrid fue de silencio.

A Diego Urdiales le correspondió la gran responsabilidad, no sólo de abrir el cartel, sino de iniciar la feria. El torero de Arnedo tampoco tuvo un gran producto en sus manos, es cierto, pero a su tarde le faltó rotundidad, despejar algunas dudas. De todos es sabido, y es digno de reconocimiento, el concepto clásico y puro que posee Urdiales, pero la frialdad con la que lo acompaña no ayuda. En muchos casos esta frialdad o falta de eco en los tendidos se debe al desconocimiento de muchos de los terrenos y la colocación. Pocos toreros en la actualidad se colocan en el sitio de Urdiales e intentan cargar la suerte como lo hace él. Pero la de hoy tampoco fue la tarde de ese tipo de toreo. Por momentos si se cruzó y colocó en el sitio (más en el cuarto), pero casi siempre fue cuando el toro se paró y le dejo colocarse, y sin continuidad ni ligazón. Ante el que abrió plaza y feria no se le vio cómodo en ningún momento. No era para menos teniendo en cuenta el fuerte viento que soplaba y la condición del enemigo. Mejor por el pitón derecho resultó “Triplicado”, que así se llamaba la res que abrió feria, ya que por el izquierdo tuvo la costumbre de puntear la tela al final de los muletazos. Aunque tuvo nobleza y a veces humilló, faltó más transmisión. Tras probar en varios terrenos y no acoplarse con él, el riojano mató de una estocada perpendicular y un descabello. El cuarto, montado de salida y bizco del izquierdo, manseó en todos los tercios. No valió un duro el animal de la divisa onubense, ya que la mansedumbre vino acompañada de una patente falta de casta y ganas de embestir. Muy deslucido resultó y a pesar de los esfuerzos de su matador, el largo trasteo que construyó Urdiales no llegó en ningún momento a interesar al respetable. Para intentar quitarse el mal sabor de boca de otro paso por Madrid en blanco, Diego intervino en el turno de quites final, en el sexto, por chicuelinas.

Tras cortar una oreja en la tradicional goyesca del 2 de mayo, Morenito de Aranda regresaba a Las Ventas para cerrar cartel. De nuevo, aparecieron pinceladas de gusto y templanza, pero la obra quedó muy incompleta, semivacía. De lo mejor de su labor fue el buen recibo a la verónica que ejecutó ante el último “Núñez” de la tarde. Fue este un ejemplar de bonita estampa por su vistosa capa. Negro burraco casi carbonero un toro al que en el programa de mano calificaron de ensabanado. Sin comentarios. Dio esperanzas este toro al colocar bien la cara en el saludo capotero. Lamentablemente, fue un espejismo. El de Pereda hizo lo que el resto de sus hermanos: mansear. Tras cantar la gallina ante el peto del varilarguero, el pesado astado llegó al último tercio con cierta guasa pues en algunos muletazos, especialmente en los pases de pecho, se revolvía buscando al hombre. Con este no se dio coba un Morenito que pinchó en varias ocasiones. También con un pinchazo, y con un bajonazo posterior, pasaportó al primero de su lote. El tercero, con quinientos kilos, pero cuajado y rematado, y de astifinas y muy serias defensas, fue otro mansito que no tuvo uniformidad en su comportamiento, pero que también poseyó cierta transmisión. Era un animal que pedía firmeza y bajar la mano y el de Aranda de Duero no aguantó más de tres muletazos y el de pecho. Como sus compañeros, fue silenciado en una tarde que dio un aburrido inicio a la Feria de San Isidro. Esperemos que sea el primer petardo, pero el último.

1ª Feria de San Isidro. Las Ventas. Con tres cuartos de entrada, se lidiaron 6 toros de José Luis Pereda, bien presentados en general (salvo el lavado segundo), aunque desiguales de tipos y hechuras, y de manso y descastado juego en conjunto. Algunos como el 2º tuvieron poder y transmisión, y otros más nobleza.

Diego Urdiales: silencio tras aviso y silencio tras dos avisos
Leandro: silencio tras aviso y silencio
Morenito de Aranda: silencio en ambos

Foto: Javier Arroyo

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