martes, 24 de abril de 2012

Artículo de opinión

"TRIUNFALISMO Y MANZANARISMO"

Lo visto en Sevilla el pasado viernes 20 de abril refirma la idea que tenemos muchos de que actualmente en la fiesta de los toros se vive un manzanarismo desbordado. ¿Y esto qué quiere decir? Pues simplemente que haga lo que haga Manzanares, a todo el mundo le va a parecer bien y que los públicos y la crítica se van a rendir ante su empaque, gusto y bonita composición. El pasado viernes de preferia José María Manzanares consiguió uno de esos triunfos que se catalogan como históricos de acuerdo al número de orejas cortadas: nada más y nada menos que cuatro. Pero hay que ir más allá del resultado numérico y de los grandes titulares de la crítica y comprobar como obtuvo ese triunfo el torero de Alicante. Manzanares consiguió ese triunfo sin toro, es decir, con unos ejemplares impresentables e indignos de una plaza de la categoría de la Real Maestranza y además de una invalidez y descaste sobresalientes. Lo de que cuando llegan las figuras el toro se achica es completamente cierto y está quedando absolutamente demostrado en Sevilla. Cuadri, Fuente Ymbro o El Ventorrillo fueron ejemplos de corridas impecables de presentación, mientras que Victoriano del Río, Garcigrande, Torrehandilla o Daniel Ruíz fueron ejemplos de lo contrario, de encierros pésimamente presentados e indignos de una plaza de primera como Sevilla. Cuando los toreros que, por ser figuras, deben matar lo más serio y grande, matan lo más pequeño y anovillado, aquí hay un serio problema. Desgraciadamente estas son las figuras de hoy. Pero proseguiré con Manzanares. El alicantino es verdad que toreó con despaciosidad, gusto, clase y empaque, eso es innegable, pero las faenas deben ser juzgadas por el tipo de toro que se tiene delante, tanto en presentación, como en juego. Como he dicho, los astados con los que triunfó Manzanares en Sevilla fueron unos bichejos lavados de cara y sin ningún remate ni hechuras. En cuanto al juego, más de lo mismo: unas auténticas borregas que acudían a la muleta con un trote más parecido al de un pony, que al de un toro bravo. Fueron animales que tuvieron infinita nobleza y calidad, pero absolutamente descastados y flojos. Con la lengua afuera, descolgados y regalando embestidas, en vez de luchar hasta el final y vender cara su muerte. En definitiva, el toro moderno. Por lo tanto, ante ejemplares de esta condición, el riesgo y la emoción, que son o deben ser la base de este espectáculo, brillan por su ausencia. Por supuesto que cualquier toro, por pequeño y flojo que sea, te puede pegar una cornada e incluso quitarte la vida, pero ese riesgo que está siempre presente debe estar latente y ser transmitido a los tendidos. Los matadores no pueden estar como en el patio de su casa, disfrutando y haciendo lo que quieren con sus enemigos. Porque, ¿es que se disfruta ante las exigentes embestidas de impresionantes astados de Adolfo Martín, Cuadri o Dolores Aguirre? En un momento, cuando el torero ha dominado a la fiera, si se puede llegar a sentir a gusto, pero no desde que esos animales salen de chiqueros. Y eso, precisamente, eso es lo que hacen Manzanares y compañía la mayoría de tardes. Eso, respecto al colaborador, que no antagonista, que Manzanares tuvo delante la tarde del apoteosis. Pero es que técnicamente también dejó mucho que desear el alicantino en la citada fecha. Pese a que el público lo ignora y a que la crítica lo maquilla y esconde, José María Manzanares es un torero muy ventajista y que no expone lo que debería. Una de las cosas más importantes en la tauromaquia es la colocación y la pureza en la ejecución de las suertes y ahí entra el cargar la suerte, algo muy en desuso hoy en día pero que tiene una importancia capital. Pues el torero de Alicante lo que hace siempre, o casi siempre, es descargar clamorosamente la suerte con ese hábito de la pierna retrasada y el pasito atrás. Aunque a esto le quitan hoy en día importancia, en realidad, la tiene y mucho y mientras que Manzanares continúe toreando de esta forma, sin fajarse con el toro y exponer lo que debe, para mí no será ese gran torero que dicen, ni sus triunfos tan históricos y apoteósicos como sus legiones de seguidores cantan y aclaman.

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