martes, 3 de septiembre de 2013

Crónica Corrida de toros en Daimiel

ALBERTO AGUILAR CRECE; ADOLFO SE MANTIENE; Y UNA PROMESA…EMERGE


Entretenida tarde en Daimiel con un encierro interesante y noble de Adolfo Martín al que le faltó más fondo. De la terna sobresale Alberto Aguilar, mientras que el novillero sin caballos Carlos Aranda es la gran sorpresa.

¿Qué sería de los meses de verano sin las habituales escapadas o aventuras taurinas a las distintas plazas de nuestra geografía que dan toros en estos calurosos días de la época estival? La temporada taurina española encara su recta final con la llegada de septiembre, el mes más taurino del año, y los aficionados aprovechan el gran número de localidades que celebran festejos taurómacos para continuar cultivando la semilla de la afición. Una semilla, por otro lado, que en vez de ser cuidada y regada cada día por los miembros del sector taurino, es rociada con pesticida día sí, día también. Y es que, pese al gran número de festejos que se celebran estos días, pocos son los realmente interesantes de cara a ese aficionado exigente que busca la emoción, por encima de la diversión, en una plaza de toros. Por este motivo, se agradece la apuesta de empresas como las de Daimiel (Ciudad Real) que, en mitad de la Mancha, programaron una corrida de toros mixta en la que el principal reclamo era la ganadería a lidiar. Los cárdenos de Adolfo Martín fueron los elegidos para atraer a aficionados, no sólo de la región, sino también de otras partes de España. Y, al final, entre toros y toreros, no se llegó a lograr un espectáculo inolvidable, pero sí uno que mantuvo el interés.

La primera buena noticia fue la entrada. Para los tiempos que corren, la más de media plaza (cerca de tres cuartos) que se cubrió…no está nada mal. Por otro lado, el encierro enviado a Daimiel por Adolfo Martín cumplió a medias las expectativas de todos los que nos desplazamos a verlo. La corrida del ganadero de Galapagar estuvo bien, aunque desigualmente presentada. De hechuras fue bastante pareja, muy bajita, pero variaron las caras y encornaduras de los “albaserradas” de Adolfo. Por ejemplo, el que abrió plaza fue uno de los más serios y ofensivos por delante con una cara muy abierta. El quinto, muy cuajado y con remate por todas partes, fue el de mayor trapío. Todo un “tío” un animal muy en el tipo de la casa y que por sus astifinas y descaradas defensas habría valido para muchas plazas de primera categoría. En cuanto al juego, hubo de todo, aunque prevaleció la nobleza por encima de todo. Muchos esperábamos una corrida más encastada y fiera, pero, manteniendo la exigencia, los “adolfos” derrocharon nobleza de sobra para garantizar el triunfo de sus matadores. En el caballo la mayoría cumplieron en el primer encuentro, pero varios a los que se puso en suerte en más de una ocasión, terminaron desistiendo de la pelea en el peto. No hubo ninguno realmente complicado, ninguna de las conocidas como “alimañas”, pero tampoco ningún astado de comportamiento borreguil (a Dios gracias…).

Alberto Aguilar fue el que protagonizó los mejores momentos de la terna. El madrileño pudo haber salido a hombros, pero tuvo que conformarse con una oreja debido a sus repetidos fallos con la espada en su primero. El tercero, un animal muy bajo y corto de manos, de bella y seria estampa, empujó en el primer puyazo, pero dio muestras de que no le sobraban las fuerzas. Ya en el trasteo de Aguilar, el de Adolfo acudió con prontitud y nobleza, demostrando buena condición. Con un punto más de casta, de carbón, habría sido un gran toro. Alberto, que ya había toreado con templanza a la verónica, empezó su labor acoplándose poco a poco a la embestida de su enemigo. Cuando lo consiguió y pudo, se encajó y colocó en el sitio, corriendo la mano con templanza y relajo. La faena tuvo sus puntos álgidos al comienzo y al final, con muletazos en redondo de bella factura y pureza y algunos detalles por bajo de gran calidad. Tenía una oreja de peso cortada, pero pinchó en repetidas ocasiones quedando el resultado en una ovación. Ante el séptimo, otro astado de buena condición, pero también algo soso, instrumentó un trasteo intermitente en el que sobresalió toreando al natural sobre el pitón izquierdo. Esta vez, aunque el espadazo no cayó arriba, el acero si entró a la primera y eso animó a que el público pidiera una oreja que fue concedida por el presidente.

Por su parte, Javier Castaño, con el peor lote, tuvo una actuación en la que hubo virtudes y carencias. Una vez más, el mal uso de la espada emborronó los puntos positivos de su tarde. Un serio problema tiene Castaño con la suerte suprema ya que más allá de los pinchazos, se adivina falta de confianza al entrar a matar y ejecutar la suerte. Los mejores momentos del salmantino llegaron en su segundo. El quinto, el más discreto por delante, fue un ejemplar que recordó en comportamiento al toro mexicano. Noble, demasiado noble y venido a menos el cinqueño de Adolfo que embistió casi al paso. Javier Castaño lo entendió bien y para provocarle la arrancada, anduvo muy cerca de los pitones, intentando alargar con el brazo la acometida del animal. Hubo muletazos de gran templanza, pero faltó (una vez más) bajar más la mano y rematar los muletazos más por abajo. La técnica y conocimiento que demostró, junto a la mucha voluntad que derrochó, le valieron una oreja. Ante el primero, el más complicado y suelto del lote de Adolfo, fue más difícil el lucimiento.

Completaba la terna de matadores el local Luis Miguel Vázquez. Y tuvo suerte este ya veterano torero de que la de Adolfo saliera “pacífica”. Ya con el capote en el segundo evidenció lo que después marcaría toda su tarde: la falta de oficio. A pesar de la nobleza del primero de su lote, Vázquez se mostró desbordado y los muletazos limpios y decentes fueron muy escasos. Al sexto, que era un pedazo toro, le pegaron mal y fuerte en el caballo para intentar frenar sus primeras y encastadas acometidas. Empujó en la primera vara, aunque en las restantes cantó la gallina. Y, al igual que ante el del castoreño, en el tercio final se acabó aburriendo. Eso sí, hay que tener en cuenta que si este encaste necesita que se le enganche adelante y se le lleve tapado y cosido a la franela, Luis Miguel Vázquez lo único que pudo hacer fue dejar pasar al toro con la muleta siempre excesivamente retrasada. A pesar del nulo brillo de su labor, el cariño del público se acabó imponiendo permitiendo que el usía concediera un apéndice que después no quiso pasear.

Pero la gran sorpresa de la jornada fue la actuación de un joven novillero sin caballos llamado Carlos Aranda. El chaval, que completaba el cartel para estoquear dos erales de El Cotillo, convenció a todos con un recital de frescura y buen toreo. Con tan sólo diecisiete años, Aranda ya muestra unas condiciones sólo al alcance de los elegidos. Además de un valor auténtico, sorprendió a todos con una seguridad, oficio y capacidad sobresalientes. Relajado toda la tarde, demostró que le funciona muy bien la cabeza delante del toro y que no es un pegapases más, que tiene personalidad y quiere ser alguien en esta profesión. Al contrario que la mayoría de novilleros que empiezan hoy, el manchego quiere hacer las cosas por el buen camino, con las mínimas ventajas posibles. En ambas faenas hubo muletazos templadísimos, de mano baja, y armonía en la figura. Además, tiene gusto y en muchos de los compases de su actuación dejó la pierna adelantada, colocado perfectamente, encajado de riñones y cargando la suerte. Y para rematar series y labores, no tiró de lo de siempre y nos deleitó con detalles de mucha torería. Hasta sus andares son toreros. En el primero obtuvo dos orejas rotundas porque se tiró encima y logró una gran estocada. Y en su segundo, el octavo, también paseó el doble trofeo pero en este se le fue la mano. Lo dicho, apunten este nombre porque si sigue así, dará que hablar: Carlos Aranda.

Plaza de toros de Daimiel (Ciudad Real). Con más de media plaza, se lidiaron 6 toros de Adolfo Martín, bien aunque desigualmente presentados y de noble juego en general, y 2 erales de El Cotillo (4º y 8º), el primero bien presentado y de buen juego, y el segundo escurrido de carnes y justo de fuerzas.

Javier Castaño: palmas y oreja
Luis Miguel Vázquez: silencio y oreja
Alberto Aguilar: saludos y oreja
Carlos Aranda (novillero sin picadores): dos orejas en ambos

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