Entretenida tarde en Daimiel con un encierro interesante y
noble de Adolfo Martín al que le faltó más fondo. De la terna sobresale Alberto
Aguilar, mientras que el novillero sin caballos Carlos Aranda es la gran
sorpresa.
¿Qué sería de los meses de verano sin las habituales
escapadas o aventuras taurinas a las distintas plazas de nuestra geografía que
dan toros en estos calurosos días de la época estival? La temporada taurina
española encara su recta final con la llegada de septiembre, el mes más taurino
del año, y los aficionados aprovechan el gran número de localidades que
celebran festejos taurómacos para continuar cultivando la semilla de la
afición. Una semilla, por otro lado, que en vez de ser cuidada y regada cada
día por los miembros del sector taurino, es rociada con pesticida día sí, día
también. Y es que, pese al gran número de festejos que se celebran estos días,
pocos son los realmente interesantes de cara a ese aficionado exigente que
busca la emoción, por encima de la diversión, en una plaza de toros. Por este
motivo, se agradece la apuesta de empresas como las de Daimiel (Ciudad Real) que,
en mitad de la Mancha, programaron una corrida de toros mixta en la que el
principal reclamo era la ganadería a lidiar. Los cárdenos de Adolfo Martín
fueron los elegidos para atraer a aficionados, no sólo de la región, sino
también de otras partes de España. Y, al final, entre toros y toreros, no se
llegó a lograr un espectáculo inolvidable, pero sí uno que mantuvo el interés.
La primera buena noticia fue la entrada. Para los tiempos
que corren, la más de media plaza (cerca de tres cuartos) que se cubrió…no está
nada mal. Por otro lado, el encierro enviado a Daimiel por Adolfo Martín
cumplió a medias las expectativas de todos los que nos desplazamos a verlo. La
corrida del ganadero de Galapagar estuvo bien, aunque desigualmente presentada.
De hechuras fue bastante pareja, muy bajita, pero variaron las caras y
encornaduras de los “albaserradas” de Adolfo. Por ejemplo, el que abrió plaza
fue uno de los más serios y ofensivos por delante con una cara muy abierta. El
quinto, muy cuajado y con remate por todas partes, fue el de mayor trapío. Todo
un “tío” un animal muy en el tipo de la casa y que por sus astifinas y
descaradas defensas habría valido para muchas plazas de primera categoría. En
cuanto al juego, hubo de todo, aunque prevaleció la nobleza por encima de todo.
Muchos esperábamos una corrida más encastada y fiera, pero, manteniendo la
exigencia, los “adolfos” derrocharon nobleza de sobra para garantizar el
triunfo de sus matadores. En el caballo la mayoría cumplieron en el primer
encuentro, pero varios a los que se puso en suerte en más de una ocasión,
terminaron desistiendo de la pelea en el peto. No hubo ninguno realmente
complicado, ninguna de las conocidas como “alimañas”, pero tampoco ningún
astado de comportamiento borreguil (a Dios gracias…).
Alberto Aguilar fue el que protagonizó los mejores momentos
de la terna. El madrileño pudo haber salido a hombros, pero tuvo que
conformarse con una oreja debido a sus repetidos fallos con la espada en su
primero. El tercero, un animal muy bajo y corto de manos, de bella y seria
estampa, empujó en el primer puyazo, pero dio muestras de que no le sobraban
las fuerzas. Ya en el trasteo de Aguilar, el de Adolfo acudió con prontitud y
nobleza, demostrando buena condición. Con un punto más de casta, de carbón,
habría sido un gran toro. Alberto, que ya había toreado con templanza a la
verónica, empezó su labor acoplándose poco a poco a la embestida de su enemigo.
Cuando lo consiguió y pudo, se encajó y colocó en el sitio, corriendo la mano
con templanza y relajo. La faena tuvo sus puntos álgidos al comienzo y al
final, con muletazos en redondo de bella factura y pureza y algunos detalles
por bajo de gran calidad. Tenía una oreja de peso cortada, pero pinchó en
repetidas ocasiones quedando el resultado en una ovación. Ante el séptimo, otro
astado de buena condición, pero también algo soso, instrumentó un trasteo
intermitente en el que sobresalió toreando al natural sobre el pitón izquierdo.
Esta vez, aunque el espadazo no cayó arriba, el acero si entró a la primera y
eso animó a que el público pidiera una oreja que fue concedida por el
presidente.
Por su parte, Javier Castaño, con el peor lote, tuvo una
actuación en la que hubo virtudes y carencias. Una vez más, el mal uso de la
espada emborronó los puntos positivos de su tarde. Un serio problema tiene
Castaño con la suerte suprema ya que más allá de los pinchazos, se adivina
falta de confianza al entrar a matar y ejecutar la suerte. Los mejores momentos
del salmantino llegaron en su segundo. El quinto, el más discreto por delante,
fue un ejemplar que recordó en comportamiento al toro mexicano. Noble, demasiado
noble y venido a menos el cinqueño de Adolfo que embistió casi al paso. Javier
Castaño lo entendió bien y para provocarle la arrancada, anduvo muy cerca de
los pitones, intentando alargar con el brazo la acometida del animal. Hubo
muletazos de gran templanza, pero faltó (una vez más) bajar más la mano y
rematar los muletazos más por abajo. La técnica y conocimiento que demostró,
junto a la mucha voluntad que derrochó, le valieron una oreja. Ante el primero,
el más complicado y suelto del lote de Adolfo, fue más difícil el lucimiento.
Completaba la terna de matadores el local Luis Miguel
Vázquez. Y tuvo suerte este ya veterano torero de que la de Adolfo saliera
“pacífica”. Ya con el capote en el segundo evidenció lo que después marcaría
toda su tarde: la falta de oficio. A pesar de la nobleza del primero de su
lote, Vázquez se mostró desbordado y los muletazos limpios y decentes fueron
muy escasos. Al sexto, que era un pedazo toro, le pegaron mal y fuerte en el
caballo para intentar frenar sus primeras y encastadas acometidas. Empujó en la
primera vara, aunque en las restantes cantó la gallina. Y, al igual que ante el
del castoreño, en el tercio final se acabó aburriendo. Eso sí, hay que tener en
cuenta que si este encaste necesita que se le enganche adelante y se le lleve
tapado y cosido a la franela, Luis Miguel Vázquez lo único que pudo hacer fue
dejar pasar al toro con la muleta siempre excesivamente retrasada. A pesar del
nulo brillo de su labor, el cariño del público se acabó imponiendo permitiendo
que el usía concediera un apéndice que después no quiso pasear.
Pero la gran sorpresa de la jornada fue la actuación de un
joven novillero sin caballos llamado Carlos Aranda. El chaval, que completaba
el cartel para estoquear dos erales de El Cotillo, convenció a todos con un
recital de frescura y buen toreo. Con tan sólo diecisiete años, Aranda ya
muestra unas condiciones sólo al alcance de los elegidos. Además de un valor
auténtico, sorprendió a todos con una seguridad, oficio y capacidad
sobresalientes. Relajado toda la tarde, demostró que le funciona muy bien la
cabeza delante del toro y que no es un pegapases más, que tiene personalidad y
quiere ser alguien en esta profesión. Al contrario que la mayoría de novilleros
que empiezan hoy, el manchego quiere hacer las cosas por el buen camino, con
las mínimas ventajas posibles. En ambas faenas hubo muletazos templadísimos, de
mano baja, y armonía en la figura. Además, tiene gusto y en muchos de los
compases de su actuación dejó la pierna adelantada, colocado perfectamente,
encajado de riñones y cargando la suerte. Y para rematar series y labores, no
tiró de lo de siempre y nos deleitó con detalles de mucha torería. Hasta sus
andares son toreros. En el primero obtuvo dos orejas rotundas porque se tiró
encima y logró una gran estocada. Y en su segundo, el octavo, también paseó el
doble trofeo pero en este se le fue la mano. Lo dicho, apunten este nombre
porque si sigue así, dará que hablar: Carlos Aranda.
Plaza
de toros de Daimiel (Ciudad Real). Con más de media plaza, se lidiaron 6
toros de Adolfo Martín, bien
aunque desigualmente presentados y de noble juego en general, y 2 erales de El Cotillo (4º y 8º), el primero bien
presentado y de buen juego, y el segundo escurrido de carnes y justo de
fuerzas.
Javier Castaño: palmas y oreja
Luis Miguel Vázquez: silencio y oreja
Alberto Aguilar: saludos y oreja
Carlos Aranda (novillero sin picadores): dos orejas en ambos
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