Si no hubiera querido realizar esta feria ni un mínimo
esfuerzo a la hora de escribir sobre lo ocurrido cada tarde en el ruedo de Las
Ventas, lo hubiera tenido muy fácil. Podría haber hecho una maqueta o plantilla
y publicar cada día lo mismo, cambiando únicamente los nombres de los
actuantes. Y es que en este San Isidro la variedad ha brillado por su ausencia.
Hablo ya en pasado porque tan sólo quedan tres festejos para que el ciclo taurino
más importante de la temporada eche el cierre. Hoy era la vigésima del abono y
pasó más de lo mismo. Por segunda tarde se lidiaba ese divisa tan querida por
los aficionados madrileños por su latente bravura y poderío. Esto, claro, es
ironía. Jandilla regresaba a Las Ventas tras el petardo de hace menos de una
semana. Al menos, en esa ocasión la corrida pasó entera el reconocimiento
veterinario, porque hoy ni eso. El encierro de Borja Domecq tuvo que ser
remendado con dos animales de Las Ramblas (otro hierro más de tantos
procedentes de Domecq) y, pese a todo, lo que salió por chiqueros tampoco fue
un ejemplo de seriedad y trapío. En general, otro lote de toros mal presentados
y que, además y para no romper con la racha, estuvo completamente ayuno de casta.
Fue, de nuevo, un desfile de mansos, flojos y descastados que no dieron ninguna
opción a la terna actuante. Terna, por otra parte, que tampoco invitaba al
optimismo. El Fandi completaba su doblete, mientras que Daniel Luque hacía lo
suyo con su triplete. La única buena noticia que nos dejó el día fue
precisamente que ya no tendremos que soportar otra tarde más a estos dos
toreros. Ni a ellos, ni a Jandilla. El joven Jiménez Fortes, el único con
cierto interés del cartel, se estrelló con unos productos putrefactos que le
dejaron inédito. Y, entre tanto, otra buena entrada en el coso de la calle
Alcalá con alrededor de tres cuartos de los tendidos cubiertos en una nueva
tarde de lluvia y frío, más propia del invierno que del cercano verano. Entre
la mayoría de animales lidiados, la actuación de muchos de los diestros que han
hecho el paseíllo, y el factor meteorológico…en vez un disfrute, el San Isidro
de este 2013, ha
resultado un auténtico sufrimiento.
Sí, la paciencia empieza a acabarse tras tres semanas de
petardos y fracasos continuos. Aunque los aficionados siguen aguantando
estoicos el paso de los días y el aburrimiento, en el ambiente se comienza a
respirar un sentimiento de absoluta resignación, cansancio y, por qué no,
indignación. Y es que, casi finalizada la feria, es hora de empezar a señalar a
los responsables del descalabro. Está claro que los culpables son numerosos y
diversos, pero uno se erige por encima de los demás: la empresa. Taurodelta se
sigue superando (y mira que es difícil) año tras año en su objetivo de
dilapidar la afición en la monumental de Las Ventas. Los carteles eran flojos,
pero los resultados son mucho peores. A pesar de las numerosas orejitas
regaladas que se han cortado con la complicidad de los presidentes, estos trofeos
no pueden maquillar el pésimo balance de casi un mes de toros continuado. Al
margen de que el nivel de presentación ha descendido notablemente con encierros
muy desiguales y algunos bichejos impresentables, el ínfimo nivel de casta de
los hierros lidiados es lo más preocupante. Han decepcionado casi todos y tan
sólo se han salvado unos cuantos, y, dentro de los que han conseguido no
hundirse, ninguno ha lidiado una corrida o novillada completa y sobresaliente.
Lo del tercio de varas, por otra parte, ya es una batalla perdida. Y luego qué
decir de esas faenas interminables y anodinas que parecen todas iguales y que
no dicen absolutamente nada. Sin duda, un canto a la mediocridad es lo que ha
sido esta isidrada que ya nos va dejando. Los ganaderos que crían borregas para
el lucimiento y disfrute de los toreros son una lacra para este espectáculo,
sí, y también aquellos espadas que cada día realizan un alarde de ventajas y
vulgaridad, pero la máxima responsable de cara al aficionado es la empresa
gestora de la que se supone es la primera plaza del mundo. Ellos, con unos
carteles de sota, caballo, y rey, marcados por los cambios de cromos, y que
tienen el único objetivo de seguir aumentando sus fortunas, siguen cavando día
a día la tumba de la Tauromaquia. Ya lo avisamos muchos hace meses: ¿qué pinta
Jandilla dos tardes en Madrid?, ¿qué justificación tiene el triplete de Daniel
Luque en el abono? Pues al final volvimos a llevar razón. Pero, no se preocupen
ustedes, que seguro que el año que viene nos volvemos a deleitar con la
sonrojante falta de casta, fuerza y bravura de una, y con el toreo mediocre y
pegapasista del otro. Menos mal que mañana viene Adolfo y el sábado Cuadri, y
menos mal que San Isidro toca a su fin…
Foto: Javier Arroyo
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