“¿EXIGENCIA?, MEJOR TRIUNFALISMO”
Hoy, en la decimonovena de la Feria de San Isidro, saltaron
las alarmas. Por distintos motivos algunos nos marchamos de la plaza seriamente
preocupados. Como siempre, la mayoría nos tacharán (a los que pensamos así) de
pesimistas o derrotistas que buscan un espectáculo utópico y que no se
conforman con nada. No se crean esto porque los más de dos siglos de
Tauromaquia han demostrado que esa fiesta que algunos (pocos) buscamos, es
posible. La casta en el toro y la pureza en el torero deberían ser los pilares
sobre los que se sustente, no sólo la fiesta de los toros en general, sino
también la afición de cada uno en particular. Pero ese tipo de acontecimiento
está, desde hace bastante tiempo, en vías de extinción. Y lo ocurrido hoy en la
que se supone es la primera plaza del mundo no invita al optimismo. Digo se
supone porque cada día es más difícil reconocer a Las Ventas como la cátedra
del toreo. Y, por estos derroteros, viene una de las alarmas surgidas tras la
corrida de esta tarde. El comportamiento del público de Madrid comienza a ser
muy preocupante. Si en los últimos años algunos ya habíamos notado un cambio y
unas reacciones extrañas cada vez más frecuentes, lo de este San Isidro está
confirmando todas las sospechas. Si antes el coso de la calle Alcalá (su
público, está claro) se definía por ser el más exigente y entendido, en la
actualidad esto ha dejado paso a un público verbenero que no exige ni un mínimo
y que, a lo largo del desarrollo de la lidia, muestra la más notable ausencia
de conocimientos taurinos. No se protestan apenas animales impresentables que
antaño habrían provocado la más grande desaprobación de los tendidos; se
aplaude por no picar, o no se protesta cuando se realiza mal la suerte de
varas; se jalea y aplaude ese toreo alegre y voluntarioso, pero que no cumple
(ni de lejos) con los cánones de parar, templar, cargar, y mandar; se premian
faenas que en otro tiempo no hubieran obtenido ni una palma como recompensa…y
así me podría tirar toda la noche.
Y ya no hay excusas que valgan. Unos días porque son
festejos de rejones; otros porque el público de los domingos es distinto y
menos asiduo y aficionado; otros días porque a las novilladas van muchos de los
amigos y familiares de los abonados; otros porque son carteles del “clavel”…el
caso es que parece que siempre tenemos excusa para justificar el comportamiento
del respetable en esos días de rebajas y extrema benevolencia. ¿Y hoy, qué
motivo había hoy para que el abonado y aficionado no acudiera a la plaza? En el
cartel tres jóvenes, cada uno con un particular concepto del toreo, y todos con
supuesto interés y actuaciones estimables a sus espaldas. Sergio Aguilar (uno
de los llamados “toreros de Madrid”), Miguel Ángel Delgado (casi inédito por
sus contados contratos y que el pasado año ofreció una gratísima imagen en sus
dos comparecencias el 15 de agosto y el 12 de octubre), y Arturo Saldívar (uno
de los matadores mexicanos con mejores condiciones). Si este cartel no era para
que los supuestos aficionados madrileños hubieran acudido en masa a Las
Ventas…que venga Dios y lo vea. Y es que hoy, de nuevo, se regaló una oreja
tras un trasteo de Saldívar muy voluntarioso e incluso valiente, pero que no
tuvo la más mínima rotundidad y lucimiento en cuanto a toreo fundamental se
refiere. Y si no se cortaron más orejas, además, fue porque el encierro del
Ventorrillo (¿adonde ha ido a parar la casta, movilidad, y bravura de esta
divisa que tantas tardes de triunfo y espectáculo posibilitó hace años?) no dio
apenas opciones. Entonces, ¿dónde está esa afición de Madrid exigente y que
sólo premiaba aquellas obras notables o sobresalientes? Pero es que si esta
verbena constante es preocupante, no lo es menos la actuación día tras día de
presidentes y veterinarios. Ya he perdido la cuenta de las corridas o astados
mal presentados que han saltado al ruedo en lo que llevamos de feria. La de hoy
del Ventorrillo tuvo kilos y más o menos cuajo, pero por delante sorteó a
varios ejemplares sin un ápice de seriedad para Madrid. Toros que llaman
“bonitos” o “toreros”, con cuernas ligeramente gachas o abrochaditas, propios
de cosos de segunda, pero no de primera categoría, y menos de Las Ventas.
Antes, pese a los pobres resultados tarde tras tarde, al menos nos
conformábamos porque en Madrid salía el toro y los espectadores exigían la
fiesta auténtica. Ahora, en cambio, si ya tampoco sale ese toro y el público
que llena los tendidos es más propio de un pueblo que de la plaza que lo daba y
lo quitaba todo, entonces… ¿cómo seguir vendiendo que Las Ventas es el coso más
importante del mundo y San Isidro el ciclo taurino más trascendental de la
temporada? Pero lo más preocupante de todo esto es el “miedo” o el rechazo que
siente la mayoría a esa bendita y tan necesaria palabra como la exigencia. ¿Por
qué tiene que ser de “talibanes” o infelices amargados eso de exigir al torero,
y también al toro? Sólo siendo exigentes podremos obligar a los protagonistas
de este espectáculo a que hagan el esfuerzo que deben y, por ende, poder
aspirar a disfrutar y deleitarnos con las grandezas de la Tauromaquia. Si
bajamos el listón y nos conformamos con poco, en lo que estaremos cayendo,
simple y llanamente, es en el triunfalismo barato. Y este triunfalismo, ni más
ni menos, tendrá (y tiene) como claro objetivo el tapar y esconder la
mediocridad reinante en el mundo del toro actual.
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