INTERESANTE CORRIDA EN EL ESPERADO
REGRESO DE MIURA A MADRID
Terminó la Feria de San Isidro, un mes continuado de toros en la plaza de toros de Las Ventas y lo hizo con el último plato fuerte "torista" del abono. Lleno de "No hay billetes" para el esperado regreso de Miura, una de las divisas más legendarias del campo bravo. Tras nueve años de ausencia (que se dice pronto), los del hierro de la A con asas volvieron a Las Ventas con una gran expectación. Madrid ya echaba de menos a una ganadería que antaño personificó el terror, la dureza de la fiesta de los toros. Y tras la interesantísima y muy dura corrida de Victorino del viernes, Miura también volvió a lo grande. O casi. Si no hubiera sido porque a partir del quinto la cosa se empezó a torcer, la última del ciclo madrileño podría haberse convertido en una de las más destacadas dentro del aspecto ganadero.
Interesante encierro que lidiaron los Miura en su vuelta a San Isidro, del que sobresalieron dos astados, los lidiados en segundo y tercer lugar. Sobre todo el segundo, de nombre "Zahonero", fue un toro para el recuerdo en esta ganadería. Animal al que se pidió con fuerza la vuelta al ruedo en el arrastre, aunque hubiera sido exagerada. Y es que el de la divisa verde y negra fue encastado, pero no bravo. Ya salió de chiqueros apuntando cosas buenas y repitió en los lances de recibo que instrumentó Javier Castaño con más disposición que acierto. Y luego se le lució en varas y el de Miura cumplió, pero no llegó a ser un toro realmente bravo. Toro muy espectacular, que se arrancó con prontitud y alegría en tres ocasiones, pero que después en el peto no llegó a empujar de verdad ni a entregarse con la cara fija y abajo. Tras acudir como un tren en banderillas, llegó al último tercio con sobresaliente movilidad, transmisión y bastante recorrido. Eso sí, fiel a la Historia de la ganadería, no terminó de humillar y embistió siempre a media altura. Emocionó "Zahonero" al respetable y todo a pesar de que Castaño no estuviera a la altura. En ocasiones, sobre todo con la mano izquierda, lo templó algo más, pero nunca bajó la mano ni se colocó en el sitio para parar, templar, cargar y mandar. Claramente el toro estuvo por encima del torero. Y mientras Castaño escuchaba leves pitos, el de Miura era arrastrado en medio de una clamorosa ovación.
El
otro notable astado de la corrida fue el tercero, el más justo de
presentación del sexteto. Éste, a diferencia de sus hermanos, no tuvo el
trapío suficiente para Madrid. El de Miura era una raspa con cuernos.
Muy ligero y sin hacer, prácticamente no tenía morrillo. Eso sí, por
delante era tan serio y estaba tan armado como los demás. Ejemplar de
típica estampa miureña: largo, agalgado, degollado, fino de cara, con
una mirada de gran viveza... Y este tercero, tras cumplir en el caballo,
demostró que un Miura también puede embestir con clase en la muleta.
Toro muy noble y de gran calidad, que quería coger el engaño siempre por
abajo y hasta el final. Eso sí, este "Aguilero" no tuvo la transmisión
del anterior. Delante de él anduvo un Serafín Marín que se dejó escapar
la oportunidad de su vida. Cuántos habrán soñado con que les embista de
esa forma uno de Miura en Madrid. El catalán firmó un trasteo largo que
nunca caló en el tendido y en el que no aprovechó las virtudes de su
oponente. Casi siempre mal colocado, muy despegado, dio pases que no
llegaron a nadie ante la bondadosa acometida de su enemigo. También
pesado se puso en el sexto, un precioso ejemplar cárdeno claro recibido
con una ovación de salida. Blandeó el de la divisa sevillana en los
primeros tercios y llegó al último defendiéndose y con muy escaso
recorrido. Deslucido y descastado el que cerró la "miurada".
Rafaelillo
al final fue el que mejor solventó la papeleta. Además, a él le
correspondió uno de esos típicos "miuras" complicados, duros y
peligrosos. Fue el primero, un torazo muy serio y armado por delante, y
largo y alto como él sólo. Sólo verlo en el ruedo era un espectáculo.
Estampa de toro antiguo y típico en esta reconocidísima casa ganadera. Y
ese primero del lote de Rafaelillo fue, además, realmente bravo en el
primer tercio. Tomó dos puyazos empujando de verdad, con los riñones, y
la cara abajo. Eso sí, su juego en la muleta fue otro cantar. Rafaelillo
tuvo que sortear las violentas embestidas del de Miura, de escaso
recorrido, y que intercalaba embestidas con la cara a media altura y
otras directamente en las que pegaba un hachazo. Complicado y sin clase,
pero con un genio interesante de cara al aficionado. Y Rafaelillo
acertó cuando intentó llevarlo lo más largo posible, sin tocar la
franela y por abajo. Era difícil, pero por momentos lo consiguió. Por
cierto, que este primero sangró lo que no está escrito. El segundo de su
lote, en cambio, otro precioso y muy serio animal, fue más noble y nos
dio grandes esperanzas al inicio del último tercio, pero no terminó de
romper y acabó venido a menos. La nota negativa fue la devolución del
quinto, un pavoroso ejemplar negro de brillante lámina, que ya apuntó su
flojedad desde que salió. Comenzaron las protestas y tras derrumbarse
en el segundo puyazo fue mandado de vuelta a los corrales. En su lugar
saltó un cinqueño sobrero de Fidel San Román, que se movió con poder,
pero llevando siempre la cara por encima del estaquillador y quedándose a
mitad de los muletazos, sin pasar. Bronco y deslucido.
Con lleno de “No hay billetes” en
los tendidos, se lidiaron 5 toros de Miura,
muy serios y bien presentados a excepción del 3º, que sólo se tapaba por la
cara, y de juego desigual aunque interesante. Destacaron el encastado 2º, de
gran movilidad, y el noble 3º, de mucha calidad. Más duro y complicado el 1º.
Como 5º bis se lidió un sobrero de Fidel
San Román, bien presentado, pero bronco y deslucido, que nunca humilló.
Rafaelillo:
silencio y silencio
Javier
Castaño: silencio en ambos
Serafín
Marín: silencio y silencio